Escucha
José Manuel Botana
Obra: Estrobo
Técnica: óleo sobre fotografía
Artista: Malena de Botana
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Siempre se acercaba en el mismo instante, cuando el día cruza el umbral del atardecer para dirigirse a la noche. Llegaba con la cachaba desgastada en una mano y en la otra un yogurt abierto con una cucharilla clavada en su interior, les interrumpía pidiendo silencio; ellos, exceptuando la primera vez que les desconcertó, no le hacían caso y continuaban a lo suyo, apiñados frente a la hoguera intercambiando risas cómplices.
–Silencio, que el mar va a hablar.
Esperaba unos diez minutos a que el mar le hablase, se comía el yogurt, arrojaba el recipiente al fuego, guardaba la cucharilla en el bolsillo y se alejaba silenciosamente.
Un día les sorprendió con un abrigo que a primera vista parecía caro, un bastón nuevo y un yogurt de otra marca.
–Oye, viejo, ¿qué te ha pasado? –preguntaron.
–Silencio, que el mar va a hablar –dijo repitiendo todo el ceremonial.
Los cinco se quedaron callados, dispuestos a escuchar, pero sobre todo a clasificar el reloj que llevaba. Parecía de oro y la polémica sobre el material del reloj se alargó hasta altas horas de la noche. No sabían si a él le habló el mar, pero a ellos les habló el reloj, de modo que al día siguiente esperaron esa hora mágica donde la noche vence al día cuando el viejo llegó con su abrigo impoluto, su bastón nuevo e insistiendo en su cotidiano ritual.
Le dieron algo de tiempo antes de escoltar su cojera por las callejuelas del puerto, poniéndole precio a lo que adornaba su muñeca y comentando lo fácil que iba a ser arrebatárselo. El viejo se dio cuenta de que le seguían, pero no pareció importarle, se giró y les saludó.
–¿Hacia dónde os dirigís?
–Se acabó –dijo el más bravo de los cinco–. Vamos, viejo, ¿para qué quieres ese reloj tan caro? Dánoslo y te dejaremos en paz.
–Y la cartera, también la cartera –dijo otro.
Él se empeñó en oponer resistencia, y de una patada el bastón voló haciendo que el viejo arrastrara el abrigo por la callejuela. Ellos formaron un círculo a su alrededor, acorralándole.
–Os diré que el reloj pertenece al mar y no sé si le va a gustar –dijo sonriendo–. Él fue quien me habló y me aconsejó que cambiase de estilo, por vosotros.
Ese comentario hizo que la indignación del grupo aumentara. Comenzaron a patearle. Cuando consiguieron la cartera y el reloj, se fueron a buscar un lugar más iluminado para poder contemplar el preciado botín. La cartera tenía un buen puñado de billetes y el reloj algo grabado, pero no se fijaron demasiado, sólo esperaban poder venderlo al día siguiente, pensaban que al viejo ya no se le ocurriría aparecer por allí. Pero se equivocaron. Llegó con otro reloj igual y les saludó como si nada hubiera sucedido, eso les pareció una provocación y el más bravo quiso pegarle, pero los otros le frenaron. Cuando terminó su yogurt, guardó la cucharilla y se despidió de ellos como siempre; no le dieron ni tres minutos de margen, pero el camino que había elegido era diferente, bordeaba el acantilado, todo estaba oscuro y el mar golpeaba contra las rocas, llamándoles.