Faraones del Sol, 1.ª parte (Amenhotep III)
Rafael Moriel
Amenhotep III murió en el año 1352 a. de C., tras reinar durante 39 años, a una edad aproximada de 51 años. Todos los reyes extranjeros escribieron a la reina Tiy expresando sus condolencias, llorando la muerte del “Rey de Reyes”, diplomático por excelencia.
El arte y las construcciones de Amenhotep III tan sólo fueron superadas por “Ramsés II el Grande”, que reinó durante casi un siglo, cuando la esperanza de vida en Egipto era de unos treinta años de edad.
En el año 1550 a. de C., los egipcios crearon el imperio más grande conocido hasta entonces. No sólo expulsaron a los invasores luchando ferozmente, sino que además ampliaron sus dominios con tal poderío que su liderazgo dio paso a una etapa de sumisión, exenta de conflictos armados.
Amenhotep III –también conocido como Amenofis III o Nebmaatra Amenhotep– reinó a la edad máxima de doce años, marcando el principio de la paz en la época dorada de Egipto, siendo el hombre más rico y poderoso del mundo y el faraón más próspero de todos los tiempos.
Corría el año 1391 a. de C. cuando Amenhotep III, cuyo nombre significa “el Diós Amón es satisfecho”, fue coronado faraón. Rehusando la violencia y gobernando a través de una diplomacia desconocida hasta entonces, Amenhotep III se denominó a sí mismo como el “Rey de Reyes”, entregando oro a los reyes de Oriente en la cantidad suficiente como para “dejarles con las ganas”, de modo que siempre esperaran algo más.
Proveniente de la región de Nubia –donde decían que el oro abundaba como el polvo–, el oro de Egipto hizo a Amenhotep III mucho más rico que sus predecesores. A cambio de éste logró la paz de Egipto y recibía por ofrendas a decenas de princesas procedentes de otros reinos, que engrosaban su harén particular, donde aglutinaba a cientos de las más bellas mujeres que cualquiera pueda imaginar. El orgullo de Egipto era tal, que no se conoce ningún caso de entrega o casamiento de princesas egipcias en otros reinos.
En el año 1887 de nuestra era fueron halladas unas cartas impresas en piedra, que ponen de manifiesto parte de la correspondencia que Amenhotep III mantuvo con otros dirigentes de Oriente Próximo. A él se le atribuyen los primeros y diminutos escarabajos de piedra impresos con noticias de la época, en lo que pudiera considerarse como el primer periódico conocido de la historia (un concepto similar al medio propagandístico denominado NO-DO, caracterizado por su brevedad y promocionado durante la dictadura en España). Así es como el pueblo egipcio tuvo constancia de su casamiento con una plebeya, la reina Tiy, hija de un oficial de carros, mujer de aspecto robusto y marcado carácter que gobernó a la sombra de su esposo y cuya influencia en los destinos de Egipto vendría a suponer la primera revolución religiosa monoteísta, llevada a cabo por su descendiente Amenhotep IV, tachado en la historia como el iconoclasta y “patito feo” de la reina Tiy. Más conocido como Akenatón, fue considerado por muchos como el primer hippie y humanista conocido, un revolucionario religioso y poeta de carácter marcadamente romántico que acabó finalmente radicalizándose de un modo atroz.
A pesar de la diplomacia de Amenhotep III y tras donar importantes cantidades de oro a los templos de Egipto, cuyos cientos de sacerdotes velaban al dios Amón Ra, él y su esposa Tiy comenzaron a rivalizar con los sacerdotes, que controlaban una tercera parte de la riqueza de Egipto y llegaron a gozar de tanto poder como el propio faraón. Amenhotep III y la reina Tiy –cuyo mechón de cabello fue hallado en la tumba de su nieto Tutankamón– comenzaron a mostrar interés por el dios Atón (el Sol Visible) presente en los inicios de Egipto, en un intento quizá de restar poder a los sacerdotes de Amón Ra, supremo de los dioses egipcios.
Amenhotep III rehusó a las viejas costumbres. Construyó su propio templo funerario en la orilla occidental del Nilo –entonces el mayor complejo religioso de Tebas (Luxor en la actualidad)–, pero las continuas inundaciones lo arruinaron doscientos años más tarde. Actualmente, los Colosos de Memnón –dos estatuas de 18 metros de altura– conforman los únicos restos en pie a la entrada del templo.