Paso de cebra
José Manuel Botana
Obra: Paso de cebra
Técnica: composición fotográfica
Artista: Malena de Botana
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Lo que sucedió fue vulgar y de la vulgaridad no puedo escapar, es mi destino, por mucho que disimule en los parques o me oculte en los cementerios, siempre está la vulgaridad esperándome. Cruzo un paso de cebra de esos anchos, nos miramos como un solo de saxo en la noche, la sombra de su cuerpo se proyecta contra las rayas blancas llamándome, giro ciento ochenta grados y decido seguirla rememorando el argumento de una novela negra; es morena y robusta, hay algo en ella que me atrae muchísimo, lleva un bolso de marca cara, así que comienzo a caminar mirando los dedos de mis pies en el interior de unos zapatos que no son míos, pero que me quedan bastante bien, ella marca el paso al andar, yo persigo el vuelo de su falda, más concretamente la caída, que el viento rebela alrededor de sus sinuosas caderas. Se detiene junto a una parada de autobús, le daría el tirón al subir y a “ser feliz”, el aire agita su media melena, casi la toco, no me he dado cuenta y me he acercado demasiado, su olor es pura esencia de mujer, nada de colonia, mi lucidez se vuelve más descarnada, retrocedo diez metros aunque no lo suficientemente rápido, me mira extrañada, me ve torpe dentro de los zapatos y de este traje que tampoco es mío, se lo he robado esta mañana a un abogado, me miro en un escaparate y no es de extrañar que se haya asustado, hasta yo me doy miedo con estas pintas, me quito la corbata que no le pega nada y la meto en el bolsillo de la chaqueta. Ahora ya estoy más tranquilo.
La he perdido de vista. ¿Por dónde se habrá ido? La calle es larga y otra la cruza, al fin la veo, había acelerado el paso y cambiado de acera, sin duda me he entretenido demasiado intentando arreglar mi look; con las manos en los bolsillos, así camino, intentando deshilachar la corbata, ella se encuentra con un tipo que la agarra del brazo donde lleva el bolso y la zarandea, puedo observar cómo aprieta y cómo ceden sus carnes, la sensación de exaltación en mi espíritu crece haciendo que me despida del bolso durante unos segundos, aumento la intensidad de mis pasos para llegar hasta ellos, él le recrimina algo, ella muy discreta intenta no llamar la atención y con una voz azul le dice “Suéltame, por favor”. Decido esperar a que el brazo quede libre, él tira de ella, que suda pero sigue oliendo muy bien. “Te he dicho que vengas”, insiste, y estoy por animarla a irse mientras me hago el distraído mirando la fachada de un banco donde animan a pedir una hipoteca, suena un golpe y yo, encogido como una rata, les veo reflejados en el porcentaje de las hipotecas, continúo esperando que le suelte el brazo pero no lo suelta, le atiza con el otro. Dejo el escaparate y me acerco.
–Oiga.
–Ocúpate de tus asuntos.
–Eso es lo que voy a hacer.
Dicho esto, le golpeo en el costado para que suelte el brazo, el golpe le coge desprevenido y el brazo queda libre, tiro del bolso, ella hace un intento por recuperarlo, pero él la ataca de nuevo y allí les dejo a los dos, arreglando sus diferencias.