Superficie
Marta Ballbé
Cuando a un hombre la vida le resulta tolerable sólo si permanece en la superficie de sí mismo, es natural que se sienta satisfecho obteniendo esa misma superficie de los demás.
La invención de la soledad, de Paul Auster
Cuatro paredes verticales (una, dos, tres, cuatro), el techo y el suelo. Espacio euclídeo. Territorio de introspección extrema, totalmente delimitado con el exterior. Tumbarse en la cama y cambiar parcialmente el ángulo de percepción: el techo, cuatro paredes verticales (cuatro, tres, dos, una) y el suelo abajo, cero de energía potencial.
Nunca me encontré cómoda en las superficies. Ahora estoy inmersa en el vientre de esta ballena gigante de once plantas y tres ascensores. Oscuridad máxima, eco resonante intrínseco que me impide escuchar con nitidez los sonidos que me rodean. Recuerdo cómo, siendo una niña, ya me encantaba esconderme en el armario del comedor en casa de mis padres. Cerraba la puerta y me quedaba allí dentro unos minutos, escuchando sus conversaciones.
Algunos días hablo muy poco, no puedo. Casi todo lo que percibo es a través de mis ojos. A veces creo que he perdido el alma.
Visitas diarias de amigos y familiares. Conversaciones más que sinceras, de una pureza que roza el límite establecido. Dejamos nuestras superficies personales, llegamos a núcleos candentes de emociones obviadas hace tiempo. Aquí dentro me siento protegida y tengo miedo a la vez. Contradicción constante. Quizá la enfermedad es esto, un antídoto contra la falta de sinceridad con uno mismo y con aquello que le rodea; mirar la vida cara a cara, sin maquillajes, sin artificios, sin sofisticaciones, aunque escueza y ese picor me haga retorcer sobre un eje interno imaginario.
Catarsis griega. Cadavérica figura que ha perdido su gracia, moviéndose sin rumbo por un pasillo estrecho con fotografías descoloridas en las paredes. Cruces de miradas iniciales con otros enfermos que poco a poco pasan a ser camaradas de planta.
Desarrollo cierto síndrome de Estocolmo con el médico que me analiza diariamente con su mirada diligente, virando a veces hacia la compasión, aunque él trate de disimularlo y yo también.
Vientre. Oscuridad. Eco. Siempre he odiado las vidas tolerables.