Zarzalejo Blues: La fortaleza de la soledad
Sergio Sánchez-Pando
No sería inexacto adscribir La fortaleza de la soledad (The Fortress of Solitude) al género de las novelas de formación, esas en las que asistimos, y compartimos, las tribulaciones del protagonista durante el proceso en el que se forja una identidad y que culmina con su incorporación a la vida adulta. Semejante adscripción daría, no obstante, una visión parcial, porque la novela de Jonathan Lethem, publicada originalmente en 2003, es, en efecto, eso pero también mucho más. Una novela sobre la difícil amistad entre dos muchachos –uno más bien activo, osado, y el otro pasivo y contemplativo, como mandan los cánones– de distintas razas en un conflictivo barrio de Brooklyn, escenario que a su vez adquiere un gran protagonismo por derecho propio. Por ello, tampoco sería descabellado afirmar que La fortaleza de la soledad es en última instancia una novela sobre Brooklyn, y más concretamente sobre el barrio de Boerum Hill, también conocido como Gowanus. O, para ser más precisos, una novela sobre el cambio, sobre el proceso de transformación –allí lo denominan gentrification, un fenómeno intrínsicamente neoyorquino que también aquí hemos mimetizado a menor escala– experimentado por una conflictiva comunidad urbana multirracial antes de ser colonizada por sectores más privilegiados de la población, mayoritariamente de raza blanca.
Pero eso no es todo, porque La fortaleza de la soledad es una novela impregnada de música, sobre todo de soul, de rhythm and blues, de funky, de un universo de ritmos negros apropiados por un joven blanco. O, mejor dicho, la novela versaría sobre el fin de la utopía hippy vista a través de la música, de sus consecuencias en un sensible muchacho de raza blanca que ha de bregarse en un barrio mayoritariamente negro e hispano. Si bien se podría también afirmar que la novela se centra en la cultura urbana de Nueva York en los años setenta, con sus drogas, sus graffiti, sus códigos juveniles y tejemanejes. Aunque tampoco sería desacertado catalogarla como una novela de supervivencia, la de los dos amigos que con distinta suerte luchan por vencer sus miedos, sus carencias –especialmente doloroso el vacío propiciado por el abandono materno–, y por salir adelante, pero sobre todo la de su amistad, tan improbable como cierta. Sin olvidarnos, faltaría más, de su condición de novela fantástica, mágica, en la que se difumina el contraste entre el mundo de los cómics de héroes con superpoderes y el real hasta fundirse en uno solo.
Nos hallamos, a fin de cuentas, ante una novela total, una portentosa indagación en las relaciones interraciales a través de la mirada de un muchacho de raza blanca a la vez fascinado y atormentado por la cultura negra, que se ve obligado a vencer numerosos obstáculos para aceptar su propio bagaje y encontrar su lugar en el mundo. Y no importa lo difícil que lo haya tenido, su situación siempre será al fin y al cabo privilegiada en comparación con la que aguarda a esos chicos negros que un día le inspiraron tanto temor como fascinación, y que tantas pesadillas le ocasionaron antes de empezar a causárselas a ellos mismos.
Que semejante número de piezas, tan variadas, acaben amalgamadas con naturalidad es una prueba del talento de Jonathan Lethem, un escritor reconocido por su capacidad para moldear los géneros a su gusto. El título, por cierto –un tanto engañoso dada la doble acepción en castellano del término fortaleza: quizá bastión hubiera resultado más preciso–, hace referencia a la capacidad para abstraerse de todos los procesos descritos a través de la entrega inequívoca, obsesiva, a la creación por parte del artista en su pequeño estudio casero. Tal es la elección asumida por el padre del protagonista.