Zarzalejo Blues: Verano
Sergio Sánchez-Pando
¿Por qué aguardar a que, una vez muerto, alguien escriba tu biografía pudiéndolo hacer mejor tú en vida? Tal parece una de las premisas que han llevado a J.M. Coetzee a escribir Verano (Summertime, cuya traducción literal sería “Tiempo de verano”), la tercera entrega –tras Infancia y Juventud– de su biografía ficcionalizada, la que corresponde, en este caso, a la etapa de su primera madurez. A través de los testimonios, en forma de entrevistas, que tras la muerte del protagonista ofrecen a un supuesto biógrafo cinco personas que trataron con él en aquellos años, nos familiarizamos con las interioridades del propio Coetzee en la etapa previa a su eclosión como escritor.
La figura que emerge de entre los testimonios de estas personas no resulta muy halagador. A medida que se superponen, los diversos trazos aportados por los testigos dibujan a una persona hosca, retraída, anodina, torpe, fría, lúgubre, asocial, incluso asexuada. Un retrato nada complaciente de un individuo cuyas motivaciones, impulsos y decisiones, a menudo meras ocurrencias, resultan imposibles de descifrar, provocan desconcierto en quienes le conocieron. Un ser enigmático que no parece muy cómodo en la piel que habita, ni en su entorno.
Esa grisura, ese aire neutro que destila el personaje facilita, sin embargo, que afloren a la luz sus circunstancias: su incómodo anclaje en una familia de tradición boer, cultura de la que reniega y a la vez se siente parte; su aureola de fracasado tras emigrar a Estados Unidos y regresar forzado por algún oscuro incidente relacionado con las protestas contra la Guerra del Vietnam; la opresiva dependencia que sobre él proyecta la figura del padre ya mayor a quien no puede abandonar a su suerte; sus constantes dudas a la hora de interpretar la sensibilidad femenina y su dificultad para establecer relaciones sentimentales significativas; pero ante todo la incertidumbre, la amenaza latente que, bajo una pátina de normalidad, pende sobre una desquiciada sociedad asentada en los principios del apartheid.
Descuella en Verano una vez más esa contradicción aparente que se da entre la persona, en este caso el individuo áspero y vulnerable que anida bajo la figura del artista prestigioso, o sobre el escritor de éxito que fermenta tras la fachada de un ser perfectamente olvidable. Es el de Coetzee un ejercicio profundamente desmitificador, lo que le aproxima al lector, quien, al menos como individuo, se ve tentado a sentirse más apto. Algo así se deduce de la perspectiva de quienes le trataron, puesto que es su punto de vista el que nutre al lector. Quizá sea ese el leitmotiv de un escritor de raza, servir de reflejo, de catalizador, sacrificar su propio ego, hasta lograr que sus personajes, sus creaciones, brillen con luz propia.
Otra cuestión es si el Coetzee que emerge de la lectura de Verano se corresponde con el Coetzee real, si por el contrario estamos ante una creación literaria asumida con entera libertad, o si se trata de un compendio de ambas fórmulas. Habrá quien sienta el deseo de contrastar lo narrado en Verano para averiguar si es estrictamente biográfico, y habrá quien lo disfrute como una ficción sin necesidad de contrastar la veracidad de lo que allí se narra. ¿Negro o blanco? ¿Ficción o realidad? ¿Verdad o invención? ¿Por qué hacer distinciones? Lo que en última instancia Coetzee quizá nos proponga es comprender la complejidad, la riqueza de posibilidades que brinda el mestizaje.