En las distancias cortas. Mascotario (I)
Kerman Arzalluz
Dice Borges en el prólogo de su Manual de zoología fantástica (Fondo de Cultura Económica, México, 1966) que un monstruo no es otra cosa que la combinación de elementos de seres reales, por lo que las posibilidades combinatorias rayan lo infinito y, sin embargo, la zoología de los sueños es inferior a la zoología de Dios. Según el maestro argentino, esta paradoja se debe a que tan sólo algunas de estas bestias inventadas son capaces de obrar sobre nuestra imaginación.
Vívidas y sugerentes o no, las criaturas que les presento no guardan parecido alguno con las bestias medievales y clásicas. Por esa distancia, por el respeto que los bestiarios y criaturas mitológicas se merecen y porque las dos que les presento han surgido del divertimento, de la inmersión en lo lúdico, podrían formar parte de una categoría más entrañable, de un –digamos– Mascotario. Un Mascotario surrealista y absurdo –qué Bestiario no lo es–, con especies contemporáneas y urbanas, creadas con la intención –casi única pero no– de provocar ese “efecto” que caracteriza tantas veces a los textos de minificción o que giran en la órbita de la minificción.
El dibujante Gorka Arzalluz nos presenta su visión personal del pez cartón en un trabajo detallista realizado a bolígrafo para la ocasión.
El pez cartón
El pez cartón dispone de una hilera de ojos al final de su cola, junto a la aleta caudal. Apenas vive rozando el medio líquido porque se deshace con facilidad, por lo que su hábitat natural son los contenedores de cartón y papel, donde vive tan ricamente entre cajas de pizza y embalajes de electrodomésticos. Los restos acumulados en los vértices de los tetrabricks de leche o zumo le aportan la cantidad de líquido justa para la supervivencia. La conducta incívica y el carácter despistado de los seres humanos también le favorecen, puesto que la salsa aceitosa supurada por los restos de unas albóndigas, el caldo rojizo de unas patatas a la riojana destilado de una bolsa de Eroski, el yogurt cremoso agarrado a las paredes de su envase o el culín desestimado de algunas botellas le dan la vida.
El pez cartón piedra es primo hermano del pez cartón pero mucho más duro, por lo que no duda en nadar, incluso en sumergirse. Los ejemplares de pez cartón piedra avanzan a ciegas frente a la opción más plausible de nadar marcha atrás viéndolo todo porque son aguerridos y de espíritu conquistador y porque saben que en la vida se aprende a base de golpes, de lo que da fe su cabeza amoratada, atestada de coágulos de sangre. El pez cartón piedra se saca un dinerillo en verano como figurante en los concursos televisivos.
El pez cartón es, por el contrario, extremadamente sensible. Si accidentalmente queda sumergido se ablanda y llora amargamente, muriendo finalmente de pura congoja, deshecho en la solución líquida formada por sus propias lágrimas y las traicioneras charcas de lejía o balsas de sidra.
El insecto palochups
Es la chuchería favorita de los animales de los bosques del sur de Europa. No hay especie que no sucumba a su refrescante y cítrico sabor, por lo que adultos y pequeños –éstos solo los fines de semana, pues el insecto palochups es una especie de hábitos nocturnos– lo lamen con frenesí, eso sí, desconociendo en todo momento la naturaleza del objeto chupado. El insecto palochups muere al cabo de veinte mil lametones por efecto de la erosión. Ya sin caparazón, sus órganos quedan expuestos y se secan cuando aprieta el sol.