Mirando hacia otra parte. Escrituras XV: Publi(fi)car la obra
Vicente Huici
La publicación de una obra no es algo tan sencillo como a primera vista pudiera parecer. Es necesario, por supuesto, encontrar una editorial que la publique, pero, para ello, es preciso, previamente, analizar la propia obra para atisbar su ubicación en el espacio literario, así como la posible recepción de la crítica y del público al que potencialmente está dirigida.
Así, hay que tener en cuenta que el mundo editorial se mueve entre una dimensión cultural y una dimensión comercial, inclinándose hacia una u otra variante según las especialidades y las modas, aunque, en relación con la narrativa, quizá por ser el género de mayor circulación, suele optar por la rentabilidad inmediata, publicando best-sellers de carácter internacional.
En cuanto al espacio literario, presenta unas características muy peculiares cuando incorpora obras narrativas. En efecto, tal espacio, si lo consideramos desde un punto de vista histórico y sociológico, es de constitución relativamente reciente, y desde su delimitación, en el siglo XIX, siempre ha incluido obras más o menos comerciales, otras más comprometidas con diferentes ideologías y, por fin, un cierto número de obras vanguardistas que se consideran a sí mismas como puntales del cambio artístico y cultural (Cassagne, La théorie de l’art pour l’art, editorial Champ Vallon, Seyssel, 1997). También, por lo tanto, desde estas coordenadas hay que situar la propia obra.
De igual modo ha de ser tenido en cuenta el público al que va dirigido lo escrito, puesto que de ello depende que sea reconocido y se constituya en un punto más de referencia en relación con otras obras que forman parte de la constelación cultural y simbólica de determinados grupos sociales, profesionales o de género.
Y no menos necesario es prever la respuesta de la crítica, particularmente la de determinados críticos que, por una u otra razón, actúan como legitimadores o deslegitimadores de las novedades que se publican, abriendo paso a su compra y lectura o a su definitivo confinamiento en los anaqueles de las librerías.
Todos estos aspectos suelen ser mediados en los países anglosajones, y cada vez más en los de cultura latina, por la figura del agente literario, que suele dar al autor o a la autora de una obra las directrices oportunas para situar su original en el mercado literario, sugiriéndole incluso modificaciones en la misma con el fin de adecuarla a las perspectivas establecidas.
Esta figura (cuyo icono en nuestros lares es Carmen Balcells) repele, por lo general, al escritor o a la escritora noveles que ven en ella un censor inadmisible cuando no un mero mercachifle, prefiriendo en muchas ocasiones dirigirse sin mediaciones a las editoriales, no habiendo realizado tampoco una reflexión autocrítica sobre sus obras, y cosechando una negativa tras otra sin entender el significado de tales rechazos.
Pues la labor del escritor o de la escritora, y más aún, si se dedica a la narrativa, no termina cuando finaliza de escribir la última línea de su original, sino que tiene una segunda parte, menos trascendente y más de a pie de calle, en la que, abandonando el mundo espurio de la creación, ha de batirse directamente a través de intermediarios o de amistades, en el campo a veces enlodado de la edición. Por lo demás, ni los escritores más reconocidos están libres de la arbitrariedad editorial, como le ocurrió a Marcel Proust, cuyo primer volumen de A la búsqueda del tiempo perdido fue rechazado por la editorial a la que asesoraba André Gide.
Por lo tanto, comprender la situación del mundo editorial, evaluar la ubicación de la obra en el campo literario y delimitar el público potencial y la posible reacción de la crítica son trabajos que el escritor o la escritora se han de tomar con la misma seriedad con la que escriben sus obras.