La moneda
José Manuel Botana
Obra: Luces
Técnica: composición fotográfica
Artista: Malena de Botana
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Sé que el problema no tiene solución, son las diez de la noche y estoy agazapado frente a un viejo café, creo estar vivo y a la vez despierto porque tengo los ojos abiertos, sobre mí cae la misma llovizna que empapa las calles en Blade Runner, las hojas de los árboles acumulan la fina lluvia para luego convertirse en mustias gotas que caen sobre mis hombros, palpo mi lado izquierdo y no lo noto, no siento el latir ni recuerdo haber respirado hace tan solo un segundo...
Entre las mesas del viejo café veo a una niña mugrienta que eleva su pequeña mano por encima de la cabeza, enfunda su famélico cuerpo en una sonrisa pétrea que fluctúa entre el miedo y la desgana, deambula entre los clientes que no reparan en ella. Un viejo agarra su bastón, la niña se asusta, el inclinado falla al poner la moneda en la mano de la niña y ésta se precipita debajo de la mesa y desaparece unos instantes hasta que una camarera la coge del brazo y sin contemplaciones la saca a la calle empujándola bajo la fina lluvia. La niña no se incorpora del suelo, abre una mano, la mira, abre la otra, la mira, frota ambas palmas contra su vientre y se mira las manos de nuevo, no está la moneda.
Quiero sonreír a la niña desde donde estoy, pero no me ve, está concentrada mirando a través de las cristaleras del café intentando localizar la moneda, por fin la encuentra y decide entrar cuando la camarera está ocupada, serpentea por la sala hasta llegar a la moneda que coge y aprieta con la mano derecha. La camarera la ha visto y lo comenta con una compañera, hablan de darle un buen escarmiento; yo no siento indignación, no siento nada, veo a la niña empequeñeciéndose, bajando unas escaleras hacia los lavabos, se encierra en el de caballeros y al instante llega la camarera, que echa un vistazo rápido y no la ve, al salir se cruza con dos clientes; el corazón de la niña late, el mío no.
Los dos hombres la llaman cariñosamente para que salga de su escondite, la niña abre la puerta y se asoma tímidamente; ahora las gotas dejan de caer mustias y arrecian como olas embravecidas sobre mi nuca, pero no siento frío, no siento nada.
–Puedes subir y salir de aquí con nosotros, pero a cambio tendrás que darnos la moneda. Eso... o llamamos a la camarera.
La niña se lo piensa, abre la mano, uno de los hombres la coge y ambos suben las escaleras corriendo y abandonan a la niña, salen del café entre risas deteniéndose frente al semáforo en rojo donde yo me encuentro agazapado. La camarera, que ha vuelto a atrapar a la niña, la lanza con más violencia a la calle bajo la lluvia que ahora zarandea el aire, cae frente a mí y yo la ayudo con mis pies para que ruede hasta los dos hombres que están esperando a que el semáforo cambie de color, la niña los empuja, tumbándolos como a dos bolos en el instante en que cruza un autobús y los atropella, ella aprovecha para buscar su moneda debajo de las ruedas, donde los dos clientes del viejo café la miran con la sonrisa torcida.