El tiempo y la edad
María Luisa Balda
Creer que el año 2000 de Miguel Ríos era una fecha más que lejana
Pensar que el 2001, Odisea en el espacio, no llegaría jamás
Sentirse vieja a los 19 años e imaginar que todavía se puede ser joven a los 50:
Sensaciones estúpidas sobre el tiempo que me toca vivir
Pero si permito que el tiempo con su paso estreche mi mente, y se reduzca tanto su apertura que sólo quepan en ella representaciones tópicas y lugares comunes, mi estupidez aún será mayor.
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La fecha que ponemos a lo que vivimos es una pobre herramienta que nos ayuda a recontarnos, revisarnos, repasar el pasado.
Y para crear la ilusión de que manejamos el tiempo, lo dibujamos como si fuera una línea, y lo cortamos en pedacitos numerados para así no sentir tan groseramente cómo nos engulle su borrosidad y su magnitud.
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La esperanza es necesaria para seguir viviendo en la permanente sensación de soledad y aislamiento que infunde el espacio/tiempo en el que vivimos
Emociones que parecen definitivas cuando se llega a la edad tardía
Cuando el margen de confianza se acorta y el pasillo por el que caminamos se estrecha.
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Para vivir con amabilidad la edad de mis últimos fermentos, abro los brazos y extiendo mis dedos queriendo acariciar amores, familia, amigos y cometidos; y alimento con parsimonia actividades solitarias y gustosas:
Lugares todos ellos complementarios que permiten que me interprete de diferentes modos, con distintas fuerzas, todavía con variadas expectativas.
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El roce de nuevos acontecimientos e impresiones algunas veces me humedece, y me hace olvidar cómo me seca el paso del tiempo.
Y en los humedales de esos ínfimos descubrimientos, me alimento para continuar con la exploración de mi mente y cuerpo: ese recorrido que jamás se da por finalizado.
Y así lograré de nuevo, con esfuerzo, sentir el cambio, el palpitar de las sensaciones.
Y respirar con otra sutileza y con nuevo vigor, aunque cada vez más liviano.