Cuadernos Oxford
Pedro Tellería
Hay una novela, desconocida por el gran público, que Pedro Salinas publicó en 1950 bajo el título de La bomba increíble. Berenice la rescató del olvido este otoño. Salinas plantea en ella las cosas que a unos pocos nos preocupan más en este arranque de siglo. En un país imaginario pero reconocible ha triunfado la extrema cosmovisión racionalista impuesta por la ciencia y la técnica hasta parir un monstruo de ingeniería social y prevaricación lingüística denominado precisamente “Estado Técnico Científico (E.T.C.)”. Un buen día, aparece en el Templo de la Paz –el museo que muestra la guerra como un sabio camino hacia la concordia– un inquietante objeto de forma extraña y textura irreconocible. ¿Será una bomba?, se preguntan en medio de la alarma generalizada las cabezas pensantes del E.T.C.
Con permiso de Huxley, éste es el orwelliano arranque de una novela que he leído no sólo como un alegato en contra de la bomba atómica y la guerra fría, sino también como un lúcido intento para reclamar a la sociedad de su tiempo la devolución del humanismo robado y la espiritualidad sustraída por décadas de delirios racionalistas. En esta novela de poeta que con acierto crítico y honradez Salinas subtituló “fabulación”, puesto que ni personajes ni acción recibieron la elaboración que requiere el género, Salinas reivindicó con arrojo, y en un castellano de vanguardia, el valor de la creencia y de la fe en un mundo frío donde el Estado maneja las conciencias de sus súbditos, que no ciudadanos, mediante el viejo truco de no llamar a las cosas por su nombre.
En 2011, la libertad del hombre continúa tan en vilo como entonces. Es cierto que se han difuminado los aspectos formales y más reconocibles de la amenaza totalitaria fabulada por Salinas, Huxley, Orwell y el resto de la literatura de anticipación. Hoy, el totalitarismo racionalista es más sibilino: es invisible y, en consecuencia, más peligrosa su intolerancia. Además, ha sido tan perfectamente asimilado por las mentes, que los cuerpos no reaccionan con agilidad a su influjo. Tal vez por eso, la liberación debe empezar, como en todo buen argumento distópico, en la íntima conciencia de cada ser.