Mirando hacia otra parte. Plazas: Plaça del Pi (Barcelona)
Vicente Huici
Hemos comido un bacallà amb samfaina en Els Quatre Gats que estaba para chuparse los dedos. Y después, yo me he venido a la Plaça del Pi a tomar un café, mientras mis chicas (madre e hija, ¡cómo se puede querer a dos mujeres a la vez!) se han ido a descansar un rato al hotel.
Por aquello de hacer patria, he pedido un Mascaró, brandy exquisito donde los haya que me descubrió años ha XP en la Gipuzkoa profunda. Al poco ha aparecido el Jordi con cara de siesta. Está más redondito (yo también, para qué negarlo) y donde antes flotaban unos pelillos a modo de profesor Franz de Holanda, ahora luce una calva brillante y dorada.
Se ha pedido un café solo doble y me ha dicho, a modo de presentación, que ya no vive en la calle del Bonsuccés sino en un chalecito de Gracia. Yo me he extrañado –y se me ha debido de notar– porque pensaba que continuaba siendo un valedor de la revitalización del Raval. Pero por toda respuesta ha hecho un aspaviento con la mano.
Continúa, eso sí, siendo fiel a Esquerra Republicana y a su novia eterna, aunque ahora, me matiza, en un tono más moderado. Yo me río y él se explica: sabe que Esquerra no podrá gobernar nunca y que, en vista de lo visto, casi es mejor que no gobierne y que haga una buena oposición tocacollons. Y en cuanto a la montonera, manifiesta que han llegado a un ten con ten de polvo semanal con forum y un régimen de libertad intrasemanal que les va muy bien. (Recuerdo que, al principio, la chica lo dejaba hecho una piltrafa y con el atributo dolorido y tan exhausto que pensaba que cualquier día la iba a palmar…Él, que había ido siempre de pichabrava).
Jordi me habla luego de Josep Pla y dice que tenemos que ir a la librería Documenta o a Laie porque me quiere regalar El quadern gris antes de que me marche. Pero yo le recuerdo que soy planista avant-la-lêttre, y casi ya post-planista tras haber leído y releído al ampurdanés con boina vasca en los deliciosos tomos rojos de su obra completa editada por Destino. La verdad es que ya quisieran muchos pueblos de la piel de toro tener o haber tenido a su Pla particular más allá de que fuera un anarquista de derechas.
Pero vuelven las chicas, y tras las presentaciones y los besos de rigor, Jordi propone que bajemos paseando por las ramblas hacia el Maremagnum. Nos levantamos, y, entre bromas, abandonamos esta plaza que parece un pequeño montmarte, sin poder evitar que se nos vaya la mirada hacia el magnífico y espectacular rosetón de la Basílica de Santa María del Pi. A esta iglesia venía yo de pequeño a oír misa con mi tío Julio cuando todavía quería ser escritor y acababa de conocer a Ana María Moix en La Formiga d’Or.