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Espacio Luke

Luke nº 124 - Enero 2011

Hetaira

José Manuel Botana

Obra: Hetaira
Técnica: óleo sobre fotografía
Artista: Malena de Botana
www.lineas.org
jmbotana@lineas.org
www.malenadebotana.com

Desde pequeñita ya me lo decían y yo lo intuía como el peor insulto que se podía proferir a una mujer. Por eso me quedaba en silencio, indefensa, mientras algo se rompía en mi interior; incluso hoy, que es el día de mi jubilación, el pecho me late ardiendo al son del viento del sur que sopla y me anima a estar en la calle esperando clientes en este mi último día de trabajo. Pasa delante de mí un coche impresionante, más grande que la habitación de mi casa. El conductor ni pregunta el precio, me ordena subir y acelera.

–No me mires, zorra, ten cuidado con el tapizado y sujeta bien el bolso, no se te vaya a caer algo dentro del coche.

En su apartamento desaparece de mi vista unos minutos. Cuando vuelve lo hace vestido de cuero negro y con un látigo en la mano derecha, comienza a buscarme descalzo y lo hace como si estuviese pisando ortigas.

–¡Puta! ¡No tiene gracia! ¡Sal de donde estés!

Son sus últimas palabras, y no dejar que pronuncie ninguna más ha sido como un regresar a mi infancia, pensé que iba a resultar más difícil pero ¡ha sido tan sencillo!; recordé a mi padre cuando yo tenía siete años y vestía de blanco, vivía con nosotros un gallo viejo y mi padre se lo quería comer.

–Nery, mata el gallo.

El animal parecía haber entendido a mi padre por cómo me miraba, no pude hacerlo y mi padre, que nunca me había puesto una mano encima me atizó tal bofetón que caí sobre el barrizal, a continuación cogió el gallo vivo y me lo tiró encima; la verdad, es que no recuerdo cómo lo hice, pero el animal, cuando aterrizó en el barro, lo hizo sin cabeza llenando de sangre mi ya embarrado vestido blanco. Una vecina me ayudó a levantarme, se reía mientras lo hacía, y en aquel momento comprendí que nada malo había en la vida que no pudiera sobrellevarse con buen humor.

Y así se lo dije al tipo del traje de cuero, pero continuó sin prestarme atención.

–No la he visto antes por aquí.

Me coloco la minifalda mirándole: Es el portero de la finca, veinticinco años, piercing horrible en la nariz y una chaquetilla azul con el anagrama de una empresa de seguridad.

–He venido a dar un repaso a un vecino.

–¿Un re-pa-so? –repite el portero.

–Quiero irme, pero el tipo insiste en que me quede.

–¿Me puede dejar su documentación?

–Tú lo que quieres es que te haga un trabajito –le digo sin rodeos.

–Tendría que ser gratis, que estoy estudiando –responde sonriendo.

–Y yo jubilada.

–Pues para estar jubilada, está usted muy bien.

Al decir esto sale de la cabina agarrándose la entrepierna y me señala el ascensor. Subimos hasta una habitación llena de trastos, se baja el pantalón mientras yo saco del bolso la navaja de barbero que acaba de guillotinar al otro; no la escondo, dejo que la vea bien y ahora parece arrepentido, la navaja realiza una primera cruzada por la garganta, casi sin cortarle, cayendo el impertinente de bruces con una mano agarrándose el cuello.

–¡Vaya puta! –le da tiempo a decir.

–¿No te he dicho que estoy jubilada? Ahora soy asesina, que tiene más prestigio.