Zarzalejo Blues: Tigre de papel
Sergio Sánchez-Pando
Ficha técnica
Título: Tigre de papel
Autor: Olivier Rolin
Editorial: Mondadori
Año de publicación: 2005
Número de páginas: 240
Aunque admitirlo puede resultar políticamente incorrecto, hay cierto espíritu de nobleza, de abnegación, en quien decide libremente abrazar un ideal que implica su paso a la clandestinidad, su inmersión en un estilo de vida precario y repleto de riesgos.
Algo de mortificante hay también en esos individuos que se integran en grupúsculos que van contra corriente, opuestos a lo establecido, basados en la sumisión, en la obediencia a la autoridad, al modo de sectas donde la libertad individual es sacrificada en favor del interés colectivo.
Semejante tipo de actitud, de compromiso con un ideal, representa en estos tiempos un anacronismo que choca con la sociedad resabiada y descreída en la que vivimos. Y, sin embargo, fueron moneda corriente hace no tantos años.
Esto último es lo que intenta explicar Olivier, antiguo miembro de una célula clandestina maoísta creada a rebufo del mayo del 68, a la hija de un camarada fallecido que siente curiosidad e interés en llenar el vacío vital dejado por su padre. Tal es el sentido de la novela Tigre de papel.
La larga conversación –más bien un monólogo– mientras conducen un viejo Citroen Tiburón de un lado a otro de París pone de relieve el abismo abierto entre dos generaciones y el contraste entre lo que entonces fue y hoy es la capital francesa.
En el relato no hay espacio para adentrarse en doctrinas políticas –el maoísmo– hoy carentes de sentido, envejecidas y enterradas con más rapidez que aquellos que un día creyeron en ellas. Y ello hace difícil comprender las motivaciones que pudieron llevar a tanta gente a integrarse en dichos movimientos. El narrador de Tigre de papel insinúa que la razón pudo ser la muerte de su padre, un oficial destinado en Indochina –un asunto recurrente a lo largo de la novela que, a su vez, entronca con la pérdida sufrida por la muchacha que le sirve de interlocutora–. Aun así, al lector le resulta complicado establecer la conexión entre causa y efecto.
De la novela se desprende que el gran reto de abrazar un ideal al modo de un absoluto consiste en saber administrar el desengaño. Ante algo así resulta complicado reinventarse. Los hay que se sumergen en la melancolía o que caen en el cinismo autodestructivo, pero los más peligrosos son quienes tiemblan ante el vacío y sustituyen una fe por otra, a menudo antitética respecto a la anterior, y vuelcan todo el odio y la vergüenza que ahora les inspira su propio pasado, su viejo yo, en promover la nueva causa, como si volcaran sobre los demás la cuenta que tienen pendientes consigo mismos.
Tampoco es extraño, por alguna razón, que este tipo de viejos idealistas acaben cayendo en las redes de la literatura. Tenemos el ejemplo del propio Olivier Rolin en Francia, o el del muy interesante Erri de Luca en Italia. Pero lo más parecido con que contamos en nuestro país sería Pío Moa, un viejo ultraizquierdista hoy convertido en destacado apologeta del franquismo.
A este respecto resulta también de gran interés la película Si no nosotros, ¿quién?, primer largometraje del director alemán Andres Veiel, formado en el documental. Ha sido estrenada estos días en nuestro país –me temo que en un puñado de salas en las más grandes ciudades–. Desde la perspectiva personal, aborda la evolución hacia el compromiso con la violencia por parte de Gudrun Ensslin, una destacada activista de la RAF, también conocida como la banda Baader-Meinhoff, que en los años setenta puso en jaque al sistema establecido en la República Federal Alemana.
Para obtener la perspectiva italiana del mismo fenómeno conviene revisar películas como La mejor juventud, de Marco Tullio Giordana, o Buenos días, noche, de Marco Bellochio. Sin olvidar el relato La falda azul, del ya mencionado Erri de Luca.