Emboscada

José Manuel Botana

El cajón de su mesilla estaba entreabierto y allí lo vi; respiro hondo como preparándome para bajar a un insondable abismo o subir un ocho mil sin campo base; soy consciente de que debería empujar suavemente el cajón y cerrarlo, pero contengo el aliento y termino de abrirlo, noto cómo la sangre fluye veloz queriendo escaparse de mí aunque finalmente se queda conmigo, creo que por vergüenza. Lo contemplo detenidamente y sin tocarlo, lo imagino frío, entonces pienso en ella. ¿La conozco realmente? De nada, me contesto. Podía habérmelo dicho de una forma sutil, como lo hace cada Navidad desde hace quince años, con la llegada de su hermano para la cena. Mira quién ha venido, dice. Sólo envejezco ese día, pero un par de años por lo menos. Ese sujeto avanza hacia mí con su mirada azul plomizo y me estrecha entre sus brazos, él es tan grande y yo... bueno, aunque siempre doy un paso atrás, él me atrapa de nuevo. ¡Qué asco!, digo en voz alta. Tengo en la mano lo que considero una emboscada, lo miro enfrentándolo a la luz naranja del atardecer, donde se hacen más evidentes sus formas redondeadas para procurar placer y una idea atraviesa mi mente como un fogonazo. ¿Estará ella enamorada de mi sustituto?