La boda
José Manuel Botana
Obra: Soledad
Técnica: óleo sobre fotografía
Artista: Malena de Botana
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Me pareció grosero que justo después de dar el "sí quiero", mi esposa me revelara lo que esperaba de nuestro matrimonio, podría decir incluso que me pareció un pecado mortal; yo me casaba, con veintiún años, muy enamorado, y ya sé que la diferencia de edad era ostensible (ella doblaba la mía) pero esta confesión me hizo daño aunque se lo perdoné porque el amor todo lo puede y yo, qué le vamos a hacer, tenía amor por los dos.
Recuerdo que la celebración que siguió a la boda no se terminaba nunca y mis ganas de consumar eran cada vez mayores, sus parientes no se fiaban de mí, estaban seguros de que le había engatusado con mi cara de "burrito manso", eso lo decían por el efecto de los destilados en mi cara; estas humillaciones, lejos de importunar a mi esposa, la divertían, y cuando salíamos a bailar, me decía al oído riéndose:
–Mi burrito manso…
Yo me mordía los labios porque la quería, pero no veía el momento de que terminase todo aquello. Su padre se acercó a mí sonriendo, cogió mis manos entre las suyas apretándolas bien fuerte a la vez que hablaba entre dientes:
–Si no la haces feliz, te mato.
Yo tenía muchas ganas de hacerla feliz, pero no se lo dije, sólo asentí cariacontecido.
"Por fin solos", pensé en el coche nupcial, pero ella no habló mucho en el trayecto hasta el hotel que habían pagado sus padres. Una vez allí, entreabrí la puerta de la habitación y quise cogerla en brazos, ella se resistió, insistí de nuevo y me dijo
–Prefiero entrar por mi propio pie.
Empujó la puerta y al entrar me besó dándome tres vueltas en un abrazo que casi hizo arder mi esmoquin.
–Bajo al bar a tomar una copa, espérame.
En mi mente se abrieron paso un sinfín de sensaciones, tenía tantas ganas de consumar que me desnudé deprisa; ella tardaba demasiado y me dio tiempo a pensar que tal vez no estaría bien que me encontrase desnudo al entrar en la habitación, así que me puse de nuevo el esmoquin y me senté a esperarla; pasó una hora y otra más, quizá tenía sed, ya me había quedado dormido cuando sentí que me movían con insistencia, era ella, estaba desnuda y la sangre comenzó a manar de mi alma, revolucionada.
–No tengas prisa.
–Pero si llevo esperando tres horas.
–Más el tiempo del noviazgo –apostilló riéndose.
–Te quiero tanto...
–¿No recuerdas por qué me he casado contigo? Te lo he dicho antes. Porque estaba aburrida, me apetecía hacer la vida imposible a alguien y, de paso, ver si cojo algo de peso. Así que acuéstate y no hagas ruido.