Un país propenso a los absolutismos, con una historia tan accidentada como la española, sería difícilmente entendible sin la figura de los conversos. La propia naturaleza del país, la reiterada inclinación hacia actitudes fundamentalistas y excluyentes en su seno, ha otorgado una especial significación a su figura. Los conversos han actuado a menudo, en diferentes etapas históricas, no ya como válvulas de escape a la hora de hacer más tolerables las presiones más intransigentes, sino como actores fundamentales a la hora de revertir los regímenes que las promovían.
La pulsión conversa está tan inscrita en el ADN español, que jalona, uno tras otro, sus más significativos acontecimientos históricos. No resulta difícil identificarla en hechos de la más candente actualidad: ¿qué otra cosa sino una conversión ha supuesto el reciente abrazo por parte de nuestro presidente de los dictados de la más estricta ortodoxia financiera, o la aceptación de las vías pacíficas por quienes hasta ayer justificaban la violencia por motivos políticos?
Por lo general, la actitud o la mentalidad conversa –al menos en España– no goza de muy buena reputación. La expresión “cambiar de chaqueta” hizo fortuna en su día y, pese a un uso frecuente, apenas ha conocido desgaste hasta hoy día. Claro que no siempre tiene por qué ser interesada u oportunista. Al menos no si atendemos a la tesis propuesta en Anatomía de un instante, la muy celebrada y multipremiada novela –más bien un híbrido entre novela y ensayo–, recientemente galardonada con el Premio Nacional de Narrativa.
Como todo el mundo sabe, la obra de Javier Cercas se centra en los acontecimientos en torno a la trama golpista del 23 de febrero de 1981, e indaga en la figura de los tres únicos personajes que mostraron una actitud de coraje ante la irrupción de los insurrectos en el Congreso de los Diputados: Adolfo Suárez, el general Gutierrez Mellado y Santiago Carrillo. Curiosamente se trata de tres figuras que hasta pocos años antes no sólo habían defendido postulados contrarios a la democracia, sino que, además, habían empeñado la mayor parte de sus vidas y de sus carreras en negarla, aunque fuera desde posiciones opuestas. De ahí la paradoja de que con su actitud se convirtieran en sus máximos valedores cuando los golpistas trataron de quebrarla para imponer, una vez más, la vía militar.
Para ilustrar la conversión de Adolfo Suárez, sin duda la más determinante para el devenir de España, Cercas recurre a la película El general Della Rovere, de Roberto Rosellini, dando a entender que quien empieza interpretando un papel es susceptible de identificarse con el mismo hasta sus últimas consecuencias. Y es que, una vez que el converso ha hecho firme su apuesta por una nueva vía, es quien más expuesto queda y quien más se juega en ella, como si hubiera agotado su margen para las dobleces y las ambigüedades. Odiado por sus antiguos correligionarios, corre el riesgo de sobreactuar para asentar cuanto antes sus credenciales y procurarse la legitimidad ante sus nuevos compañeros. Sus alternativas son la humillación y el escarnio, o el coraje y la defensa de su postura hasta las últimas consecuencias.
Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo fueron, en opinión de Cercas, tres haces de luz en la oscuridad más formidable durante aquellas horas aciagas, interminables. Su inmolación política, recién adquirida su dignidad democrática, sería el sacrificio que la joven democracia española se cobró para alcanzar la mayoría de edad. La transición española –un proceso de reforma, no de ruptura– sólo podía ser pilotada por un converso. Quienes más se significaron e implicaron para hacer posibles los cambios fueron los primeros sacrificados, no sólo en beneficio de otros conversos –una mayoría de españoles en aquel entonces– que se mantenían agazapados, en la sombra, sino también por el bien de todos, desde el propio monarca, otro converso a fin de cuentas, hasta aquellos que gozaban de una sólida legitimidad democrática y que enseguida acapararían el poder.
Quizá el símbolo que mejor testifique la sinceridad de la conversión protagonizada por Adolfo Suárez, más aún que su coraje en la tarea de levantar y defender el actual sistema democrático, sea el hecho de que acabara perdiendo la memoria, esa misma que Cercas se ha propuesto recuperar.