Como me ha insistido Jesús, bordelense de adopción, el nombre de esta plaza evoca una de las tantas veces que Burdeos se convirtió de facto en la capital de Francia, algo que ocurrió en la guerra franco-prusiana y en las dos guerras mundiales. Y ciertamente Bx –como ahora se acuña turísticamente de la mano del maire y polivalente ex ministro Alain Juppé– tiene el empaque de una capital in pectore, con su magnífica línea de casas de aire palaciego frente al caudaloso Garona.
Sin embargo, esta plaza alberga en su jardincillo interior una buena colección de pied-noirs, con sus perros famélicos y su bultos multicolores que a veces se reparten arriba y abajo, ocupando tímidamente el comienzo de la Rue de la Porte Dijeaux, verdaderas ramblas de Bx, por mucho que la fama se la lleve la Rue de Sainte Catherine.
Así que da un poco de grima acercarse hasta Le Régent, para disfrutar de un chateaubriand con un buen vino de la zona, a pesar de que uno sea consciente de que su nivel de vida sea algo menor de la mitad de quienes le rodean. Jesús me ha quitado de la cabeza pedir un vino tinto y me ha propuesto un clairet popular que está riquísimo. Me ha prometido que luego me llevará al Musée du Vin et du Negoce, en el centro del barrio de Chartrons, un museo, me dice y me repite, inolvidable y más si la visita va acompañada de una pequeña degustación. Pero, por ahora, me conformo con el clairet mientras mi compañero me cuenta que el enriquecimiento de Bx no lo fue tanto por el comercio del vino como por una singular mediación que incluía la trata de esclavos negros. He dado un respingo y se me ha debido de notar (esta tesis la comprobaría luego en la exposición ad hoc del excelente Musée d´Aquitanie).
Hasta el postre no hemos hablado de Montaigne, algo raro entre nosotros, que somos montaignistas de primera hora. Entre unas crêpes de chocolate, Jesús me ha disuadido de ir a la explanada de Quinconces, donde se supone que hay una gran estatua del que fuera primer ensayista y alcalde de Bx. Después de tirarle mucho de la lengua me ha confesado que no quiere que vayamos porque toda la explanada está ocupada por un buen montón de barracas de feria y apenas si se puede atisbar la calva de don Michel entre un túnel del terror y la tómbola de Bob Esponja.
Para compensar me ha propuesto que, a la vuelta de Chartrons, vayamos a cenar a un pequeño restaurante que ha conocido hace poco. Se llama Le Petit Commerce y está al lado de la Place du Parlament, en el barrio de Saint-Pierre, y preparan, al parecer, una sopa de pescado deliciosa.
Mientras me tomo un café noir y una copita de armagnac, Jesús continúa hablándome de la historia de Bx, y yo no puedo evitar recordarle cuando era más bourdieunse (de don Pierre Bourdieu) que bordeliense (de Bx), constatando una vez más que el espacio siempre gana la partida al tiempo porque lo comprime y lo hace estallar ante nosotros cuando menos lo sospechamos, para desesperación de todos los bergsonianos (creo que me estoy pasando con el armagnac. ¡Pero está tan bueno!).