Luke nº 122 - Noviembre 2010 (ISSN: 1578-8644)

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Las invasiones bárbaras (II). El abismo y la orilla
... A los empachados de razones un grito les ofende tanto como un escupitajo en la cara. No saben que la extinción de los caminantes se lleva los caminos y existen territorios a los que nunca se vuelve ...

Enrique Gutiérrez Ordorika

"Escribir, como una forma de oración."

Franz Kafka

En un lugar sin nombre, cercano a una fuente aguas sulfurosas, se ahogó un caballero que portaba armadura y espada. Allí, sus hijos levantaron un cementerio. Los filólogos afirman que fue en Tbilisi, un paraje remoto en las laderas del Cáucaso donde mana un manantial de aguas turbias. Los antropólogos, en Ekain, una cueva en la que argumentan encontraron la pezuña de su caballo. Los sociólogos, en Benta Haundi; dicen que allí resonó el último latido y el principio de la agonía. Los estetas en una loma pelada que sobresale en Agiña, donde aseguran quedan restos fósiles de sus sueños.

Si viviera Rilke y pudiera entendernos, le preguntaría por el ángel caído. Si viviera Mayakovski, le pediría que nos construyera un Icaro nuevo. La utopía son poemas escritos en hojas de papel que mueren todos los otoños. ¡Están tan resabiados los que viven dos veces! El Rilke del lado de las sombras no abandona el refugio de las caricias y las sábanas. El homólogo de Maiakovski vuelve a apretar el gatillo y hay un Esenin que aprovecha para echarle en cara sus consejos. En el valle de Arikaree los seguidores de Woquini portaban plumas de corneja. Sólo los sioux lucían tocados de águila. ¡Hiya-hi-i-i-ya! ¡Hiya-hi-i-iya! Irrintzi de muerte pintado en una frente blanca, una nariz roja y una barbilla negra. ¿Cuántos sois los que quedáis en la penúltima pradera? ¿Cherokees o cheyennes? ¿Amantes clandestinos o nubes de paso?

A los empachados de razones un grito les ofende tanto como un escupitajo en la cara. No saben que la extinción de los caminantes se lleva los caminos y existen territorios a los que nunca se vuelve. Oscuro es el túnel en el que se esconden la belleza y los secretos. A Judas le sudan las manos de miedo. Por eso miente. Jura y perjura alabanzas a la luminosa claridad del sol y la luz eléctrica. Quiere distraernos para que no le reconozcamos. Sabe que Mikel Laboa nos cantó que en la niebla es donde se desvela lo guardado, donde nos volvemos del revés y podemos ser todo labios. Alguien debería buscar un Baudelaire entre nosotros. Aquí se adornan jardines con lirios amarillos, flores del invierno. ¿Dónde están los pétalos del mal? ¿Es que todo puede ser primavera?

El dolor retiene el recuerdo de que existen dioses coléricos que sienten envidia de los infelices y les cortan las alas para que no bailen entre las nubes. A Arteta le hacía falta una mujer cuyo vientre engendrara un Chagall que llenara el cielo de parejas de novios en formación de borrasca. A los que tienen miedo a las contaminaciones foráneas les calmaré diciéndoles que un soldado romano reclutado en Atenas, usando clavos fenicios y una maza de Antioquía, aferró a dos maderos de cedro libanés a un judío que vivió la infancia en Egipto, y que hoy es símbolo cristiano ante el que se arrodillan muchos de los descendientes de una tribu preindoeuropea que oraba al cielo con cromlechts pequeños, cuyas piedras llevan decenas de años utilizándose en hacer muros de corrales para ovejas. Beeeeee...

La alboca, a pesar de ser anciana, emite sonidos dulces, pero son nuevos los dedos de los músicos. Attila lo sabe. Es salada el agua del mar que baña esta costa. Bebió su caballo...

cielo
Foto: Angel Lz. de Luzuriaga