Es incuestionable que, hoy día, la tecnología es ese gigante con botas de siete leguas que corre a nuestro lado. Nuevos productos reinventan nuestros gestos más cotidianos; todos esos tics, que oxigenan nuestro tiempo libre –hacer fotos, escuchar música, ver la tele– se alteran, se metamorfosean y nos cambian, al romperse las barreras. Ya podemos hacer fotografías o escuchar música cuando nadamos; ver los vídeos de nuestro cantante preferido mientras nos dirigimos al trabajo; o asistir a clases de cocina cibernéticas. Nada es imposible. Miramos sin ningún estupor las películas de ciencia-ficción, conscientes de que las distancias se tambalean cuando atravesamos el espejo y nos agigantamos; la tecnología nos ofrece ventajas ilimitadas y no titubeamos, las atravesamos.
De todas esas ventanas es Internet la que genera más posibilidades, una telaraña de redes, vínculos y espacios dinámicos con un poder hipnótico incuestionable. La Red ha despejado todas las incógnitas convirtiéndose en el centro cultural por antonomasia. El acceso a blogs, webs, bitácoras, etcétera es ilimitado, diluye todas las fronteras, y lo que sucedió en mayo de 2007 sólo es una muestra de esta hipnosis colectiva. Se pidió a usuarios anónimos que enviasen instantáneas que fijasen un momento fugaz desde cualquier lugar del mundo. La apoteósica respuesta obligó a crear un espacio de tienda en línea donde los usuarios pudiesen comprar la síntesis de una humanidad, cosida con hilo de bramante. La Red se colapsó porque miles de internautas se hicieron eco de la propuesta, la propagaron a los cuatro vientos y se ofrecieron como conejillos de Indias.
Esto demuestra que, gracias a la Red, la comunicación global es un hecho. El lector tiene ante sí un laberinto de espejos que divide la realidad en distintos prismas, ofreciendo aleaciones imprevisibles. La Red es la fábrica del conocimiento por antonomasia; ahí nadie descansa, siempre hallas un amigo cibernético o una micro-partícula de información a un tiempo meteórico. El arte, la música, la literatura, los medios de comunicación… todos los microcosmos culturales se han asegurado una parte de la gran tarta; todos han soplado su vela, después de formular su deseo.
Los profesores también hemos soplado esa vela, porque Internet nos ofrece un abanico de posibilidades que no debemos desaprovechar si queremos preparar a nuestros alumnos para los nuevos desafíos. A ellos les ha sido entregada la llave virtual, ellos son el futuro y debemos prepararlos. Los jóvenes navegan por la Red con una seguridad pasmosa, y los profesores escépticos, aquellos que se echan las manos a la cabeza e impiden que sus alumnos consulten la información en la Red, se están tirando piedras a su propio tejado. La labor del docente no es buscar una alternativa ciega, sino encontrar un punto de inflexión equitativo entre el material que ha constituido su bagaje y los nuevos medios, las herramientas que dominan sus alumnos, las que tienen más próximas.
Tampoco es necesario que tracemos una línea divisoria entre las antiguas propuestas y las nuevas. Los tiempos permutan, cambian y afectan a nuestra percepción de la realidad. Ahora es posible enseñar contenidos históricos consultando guías de juegos de rol (Age of Empires) o descubrir el horror de las guerras leyendo un comic. Contamos, por ejemplo, con libros como Maus, de Art Spiegelman, sobre el Holocausto nazi, o Gen, de Keijii Hakazawa, que hace una retrospectiva del lanzamiento de la Bomba atómica en Hiroshima. Ambos muestran cómo podemos enseñar los agujeros de nuestra historia de una forma didáctica y amena. Hasta la propia Iglesia ha permitido que el nipón Ajinbajo Akinsiku, de 42 años, lance la Biblia manga, cuya cifra de ventas ascendió a 30.000 millones de ejemplares en Inglaterra. Los procedimientos, las herramientas que funcionaban antes, ahora se están quedando obsoletos, y es necesario que formulemos nuevas vías, que nos impliquemos en esa búsqueda del aprendizaje significativo de nuestros alumnos.
También han mutado los libros, al adueñarse del lenguaje de la programación. La consola de Cadaqués es un ejemplo de esa fusión. Las palabras se conmutan con símbolos, imágenes, gráficos, en una simbiosis extraña. De hecho, el futuro digital del libro se parece hoy al presente de la música o el cine. La revolución digital ha llegado también a los libros electrónicos (e-book readers), que nos permite llevar con nosotros tanto libros como otros documentos. ¡¡¡Guau!!! Ahora ya podemos disfrutar de los Audiobooks, hacer anotaciones durante la lectura con el teclado virtual o resaltar el texto que se desee recordar seleccionándolo con el lápiz. Muchos de estos “artilugios” permiten almacenar casi trescientos ebooks. Si la lectura os gusta, ahora el correveidile será cibernético, y esa publicidad gratuita se producirá en un tiempo espasmódico.
El laberinto de la cultura se ha diversificado, asumiendo nuevos retos ilimitados. Si queremos que nuestros alumnos se enfrenten a su futuro con garantía, debemos –como profesores– participar en esta nueva carrera: debemos asumir un papel activo en la construcción de esta autopista de contenidos digitales para que nuestros alumnos no naveguen por ella con los ojos cerrados.