Pelo de Zanahoria, el protagonista de la novela homónima de Jules Renard, es un adolescente odiado y maltratado por su madre. Su padre le quiere, pero prefiere no interponerse, y esa indiferencia resulta tan dolorosa como el maltrato materno. El chaval se defiende con su inteligencia y su ironía, creándose una coraza de orgullo desafiante que linda con la arrogancia. A menudo se expresa al revés: llora si está alegre y se le escapa la risa cuando se siente taciturno. Mata animales con gran crueldad. Cuando juega a policías y ladrones, siempre se deja pillar porque le importa un pimiento su libertad. No se ama a sí mismo porque sus padres, al inicio de su vida, nunca le hicieron notar que merecía ser amado. No pudo grabar esa experiencia en su mente. Cuando juega al escondite, "se esconde tan bien que se olvidan de él". Me parece que esta frase condensa toda la novela, pero también toda la vida del propio Jules Renard, que hasta el final de sus días no pudo perdonar la crueldad con la que su madre le trató cuando era un niño, cuando era Pelo de Zanahoria. Renard fue un tipo extremadamente crítico, implacable y sañudo, perfeccionista: un gran sufridor. Escondió muy bien su sufrimiento, y como vía de escape nos dio una de las obras más sagaces, irónicas y duras que uno pueda imaginarse. Nada menos que la denuncia de la madre propia. Tal vez su éxito se debiera, aparte del talento abrumador de Renard, a la gran cantidad de lectores que necesitaban verse reflejados en la experiencia de Pelo de Zanahoria y, de ese modo, encontrar cierto alivio: saber que no eran los únicos que no amaban a sus padres. Saber que no eran monstruos. Renard habla de lo que provoca en la gente el hecho de tener unos padres desapegados, que no demuestran el amor o que no lo sienten, que no educan con abrazos y besuqueos. Que no tocan, que no dicen palabras cariñosas. Estos mimos son precisos para que los niños se conviertan, con el tiempo, en adultos serenos y seguros de sí mismos. En el alma de los niños malqueridos se instala un "software" que, una y otra vez, arranca y les dice: no eres susceptible de ser querido, no vales lo suficiente. Con esta premisa, la persona se dice: sé mejor, demuestra que eres perfecto. Compite, compárate, da codazos. Demuestra algo (pero ¿qué?). Tal vez así las otras personas –los equivalentes de papá y mamá en la vida adulta– te querrán por fin. Mientras esa perfección llega (o mejor dicho, no llega), escóndete bien, que no te vean. Tan feo, con ese pelo color zanahoria y esa piel lechosa, esconderse será, de momento, lo mejor.