Uno de mis personajes favoritos es Mr. Dick, de David Copperfield. Mr Dick vive en casa de Betsey Trotwood, la tía de David Copperfield. No se le conoce ocupación alguna, o al menos ninguna productiva. Está loco, pero resulta difícil decir en voz alta por qué está loco sin que gravite enseguida sobre nuestras cabezas la cuestión de si nosotros estamos o no verdaderamente cuerdos: qué es la cordura, cómo debe ser una vida vivida con normalidad y naturalidad, y qué demonios estamos haciendo cada uno de nosotros con la nuestra. Cuando Betsey, su amiga, no sabe cómo afrontar algún asunto importante y no para de darle vueltas a las decisiones que hay que tomar y a las consecuencias futuras de las mismas, siempre consulta a Mr. Dick. Como Mr Dick no vive en el futuro, su mente no está nublada por ese tipo de preocupaciones. Ofrece su consejo y su amiga siempre lo sigue. Y siempre acierta. Es un guía infalible. Mr. Dick no tiene que demostrar nada, no compite, no entra en el mundo de la vanidad y el egocentrismo. Su ego está muy sano, está investido todavía de una inocencia infantil original. Por eso sus pensamientos no son traicionados por cosas como el narcisismo, la inseguridad o el sentimiento de culpa. No hay en él autosabotaje psicológico. Resuelve con una agilidad impensable problemas que para otros son de una gran dificultad moral. No se equivoca nunca porque lo correcto le salta a la boca desde una sabiduría corporal e inconsciente, y no desde esa mente aturdida de información sobre los propios miedos y heridas del pasado con la que cargamos los adultos “normales”, los que no paramos de compararnos, de sentirnos mirados y valorados... Nunca está a la defensiva. No sabe lo que es eso.
Mr. Dick lleva años escribiendo una obra sobre Carlos I de Inglaterra, pero a medida que la escribe la va destruyendo. Un día construye una enorme cometa con los papeles de su manuscrito, y David y él van a volarla, cosa que acostumbran hacer ya que a los dos les encantan las cometas. Las cometas que construye Mr Dick desaparecen siempre. Suelta el hilo cuando están maś altas y lejanas, y confía en que allá donde caigan, alguien podrá leer hojas de su manuscrito, textos y palabras de las que él no conserva copia, mensajes que él mismo olvidará. “Es mi manera de difundirlo”, le dice a David. Mr. Dick es un héroe de lo no terminado, de la no finalidad, de la vida como presente puro.
En la obra no terminada de Mr. Dick siempre se entromete la cabeza de Carlos I. Está obsesionado con ella, y esa obsesión no le permite seguir escribiendo o estar satisfecho con lo que escribe. Según Betsey Trotwood, Mr. Dick asocia la cabeza que le cortaron al Rey con su propia locura. Poco después de la publicación de la novela de Dickens, la expresión “king charles's head” se convirtió en sinónimo de obsesión o idea fija: aquello que aparece una y otra vez en nuestra mente y de lo que no nos podemos librar.
Pero tal vez lo más importante y hermoso de esté personaje esté vivo en otro: su amiga Betsey Trotwood. Ella es la única persona con la sensibilidad suficente para darse cuenta de que es bastante posible que sean todos los demás los locos y Mr Dick el cuerdo. Ella tiene la generosidad (aunque ella cree que es Mr. Dick quien la ayuda y no al revés, cosa que la hace más admirable aún) de acogerlo en su casa -¡para siempre!- a pesar de ser un hombre que no produce ningún beneficio material objetivo. Esa es la generosidad verdadera, porque ayudar a quien te ayuda es bastante más fácil... Es ella quien tiene el sentido común suficiente para ver (y la valentía para no mirar hacia otro lado) lo que le va a pasar a Mr. Dick si nadie hace nada para evitarlo: lo van a meter en un manicomio, lo van hacer sufrir de un modo inimaginable, lo van a estigmatizar y lo van a deshumanizar. Lo van a encerrar de por vida. Van a asesinar al niño que vive dentro de él. Lo van a depurar, lo van a normalizar. Con su carácter y su espíritu, va a morir enseguida.
Dickens era un ángel casi en el sentido literal del término, un tipo verdaderamente importante para la evolución de nuestra cultura y de lo que hoy conocemos como humanitarismo. Debería ser leído en todas las escuelas de Europa con urgencia. Dickens denuncia los horribles lugares de confinamiento de su época. Es, junto con Nellie Bly (si quieren admirar a alguien con razón, busquen en google a esta mujer), un verdadero salvador para miles y miles de personas que se pudrían en los manicomios del mundo. Gracias a él se produjeron innumerables reformas en lugares de confinamiento como hospitales, orfanatos y escuelas que tradicionalmente habían servido como literales vertedereos de lo que la sociedad victoriana consideraba anormal o degenrado. Dickens es uno de los pocos escritores (¿hay más, acaso?) de los que se puede decir, sin dudarlo, que cambió el mundo. El real, el de afuera de los libros. Y lo hizo escribiendo libros. ¿Qué escritor contemporáneo puede concebir eso?