Entre la máscara y el paisaje. Una escultura de Pablo Gargallo
En la exposición de Pablo Gargallo hay una pequeña escultura que se titula Baño al sol (1932). Es una copia en terracota. He pensado sobre lo que supone para el arte esta estatua. La había visto hace tres años en Biarritz y se quedó en mi memoria*. El montaje de la exposición me parece confundido; y la iluminación de la escultura, una equivocación. Qué fácil es sustituir el sol de verdad por esa luz muerta y artificial del foco. La comisaria y el montador de la exposición han cometido con ello un grave error. Confunden la sensibilidad del espectador y alteran totalmente su naturaleza estética, su espacio y tiempo reales al imaginar en ella más de la cuenta, al inventarle un escenario teatral, cuando ella misma contiene en su mismo centro todo el ser real de su paisaje. Y enfocan directamente la luz sobre su rostro, sustituyendo el sol, con lo que falsean completamente el ser estético de la estatua, pues ya antes el escultor se ocupó de ponerla en su propio tiempo y lugar, en darle el aire y el espacio que convienen a su naturaleza, y a su forma de estar en el mundo.
Gargallo alternó siempre dos maneras de hacer estatua: la clásica y la de vanguardia. Se le recuerda entre otras Gran profeta (1933), su escultura más monumental, prestigiosa y emblemática, pero encuentro que en la pequeña bañista hay algo superior, una dimensión que supera su tamaño y una duración mayor que el tiempo, una forma llevada al límite y a su término, y unos miembros, los suyos, que coinciden uno a uno con las extremidades del mundo. Eso que hace Gargallo con la estatua es lo que tengo por la poesía y el arte: mete el mundo entero dentro de la sala de exposiciones. Veo un sol más real, el mar más real, un existir absoluto del mundo, en esa pequeña estatua. Y sin ningún símbolo que los sustituya: sólo el cuerpo desnudo de la muchacha. Resumiendo: la figura de Baño al sol es una Venus pagana, como las de antes en las cuevas, pero después de las vanguardias. Y eso debemos explicarlo.
Desde un principio, la obra de Pablo Gargallo estuvo pensada no para representar y expresar la personalidad de un sujeto, ni para ser la figuración de las cosas, sino para ser ella misma mundo. Cada nueva estatua era un intento para trascender la naturaleza y la vida, incluso, la belleza y la máscara. Gargallo convirtió los fenómenos y elementos naturales en verdaderas criaturas reales y manifestaciones últimas del ser. Encontró en los principios naturales de la tierra, en las fuentes primeras de la vida, todo el material consciente para sus esculturas, las raíces más profundas de su realidad y existencia, los límites y los términos concretos para definir la forma exacta del mundo.
Tenía que ser una pequeña escultura la que contuviera el mundo. De todas ellas, la estatua del instante más íntimo convertido en el tiempo infinitamente concreto, en la duración exacta de lo real. Baño al sol (1932): la pequeña figura de una mujer desnuda que entrega todo su cuerpo, húmedo por el baño, a la brisa marina y al calor del sol. Por tanto, su espacio natural será el propio mundo, y su tiempo, el de su propia inmovilidad. Por tanto, no hay marco ni pedestal para esta estatua apoyada directamente sobre la tierra.
Existe en dos versiones, una de terracota y otra de bronce, las formas frías e inmóviles de la tierra y del fuego, materias que encarnan en la mínima forma que contiene el mundo. La estatua contiene en su interior un paisaje, un mundo hecho, superior a su forma y a su materia. En su cuerpo, abierto y entero sobre la tierra, como una piedra mansa secándose al sol, recibe desnuda una luz más real, superior a la natural del sol. Efectivamente, son el espacio real, y su tiempo de existencia, que el escultor puso para siempre en los límites y términos de la estatua. Pues, en ella, en el silencio visible que supone su inmovilidad, se escuchan los himnos del viento y del mar, los cantos de las olas y de las espumas, y se contemplan, más allá de la luz y del aire que la rodean, y de su propia forma y materia, toda la extensión del cielo y del espacio, toda la luz y el paisaje, en la órbita del astro, y en la duración de las mareas.
Gargallo invoca el mundo desde las ausencias, consigue traerlo completo al cuerpo reducido de la bañista y concreta en cada uno de sus miembros, los límites y los términos de su existencia, las extremidades de su propio ser. En efecto, en el gesto de su rostro, de todo su cuerpo inmóvil, repite la forma y la luz, la órbita completa del astro. En esta inmovilidad y este silencio visibles creados por el escultor se agitan todos los vientos y todos los sonidos del mar. Y es, justamente, en lo que le falta a la estatua –en el resto del mundo– donde encuentra su verdadero ser, lo que justifica su existencia y su realidad.
* Me refiero a las exposiciones Pablo Gargallo (Sala Kubo-Kutxa del Kursaal de San Sebastián, 5 de julio a 30 de septiembre de 2007) y Pablo Gargallo A l’avant-garde de la sculpture du 20e siècle (Le Bellevue de Biarritz, 29 de junio a 3 de octubre de 2004).