Barcelona es una ciudad que siempre ha mantenido una relación estrecha con la cultura argentina, con los argentinos. Tal vez "siempre" sólo quiera decir los últimos cuarenta años, a raíz de la instalación en la Ciudad Condal de escritores como Julio Cortázar u Osvaldo Soriano. Algunos llegaron y se fueron, pero otros vinieron para quedarse, como es el caso de Antonio Tello, afincado en Barcelona por necesidad primero y por las raíces aquí crecidas después.
El mal de Q. reúne los cuentos escritos por Tello a lo largo del tiempo, de su tiempo, primero allá y después acá, que diría Cortázar. El libro reúne tres libros: los trece cuentos de El despertar de la palabra (1968-1970), los dos incluidos en El desierto y la leyenda (1971-1975) y, por último, los diecisiete cuentos de La memoria en el exilio (1980-2009). El resultado es un total de treinta y dos cuentos que son el vivo testimonio de la evolución de un escritor, desde la asfixiante y violentamente cruda atmósfera de un ascensor atrapado entre dos pisos (en "La jaula") hasta el triste gemido de un ángel que descubre su incapacidad para emprender el vuelo y elevarse (en "La agonía del ángel").
En general, los relatos de Tello están cruzados por el sombrío descubrimiento de la soledad, la angustia, el miedo y la impotencia. En cierto modo, su narrativa recuerda la literatura centroeuropea (pienso en Kafka sobre todo, influencia reconocida por el propio autor, y sus personajes siempre al borde de la impotencia), pero también, y mucho, a Jorge Luis Borges. En especial, por esa zona limítrofe entre la realidad y la ficción, el sueño y la vigilia en que se hallan inmersos, como en una especie de agujero, muchos de los personajes de El mal de Q.
En todo caso, si bien una misma atmósfera moral y unos temas recurrentes cruzan los relatos del libro, no es menos destacable la evolución literaria que puede apreciarse: de menor a mayor narratividad. Los primeros cuentos están escritos en un estilo cortante, seco y comprimido, mientras que en los cuentos incluidos en La memoria en el exilio es muy apreciable el giro narrativo, y el estilo aparece más esponjado, como si su autor dispusiera del tiempo necesario para sembrar las huellas de la historia que nos quiere contar. Los textos de Tello recogen historias que nunca son explícitas, sino implícitas, y el lector debe reparar en los pliegues más minúsculos del relato para que tales historias se abran ante él, como un escenario cuyas cortinas se descorren por primera vez para nosotros.