Luke nº 119 - Julio/Agosto 2010 (ISSN: 1578-8644)

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El otro fuego
... La unidad en la mayoría de los doce cuentos está fundamentada en las diferentes subtramas que plantean la certeza del mecanicismo de la actual existencia. ...

Emilia Lanzas

Enfrentados a la literatura –o a la antiliteratura– oficial usada como un instrumento más de alienación, estos cuentos producen una incisión en la extendida creencia de que los libros carecen de ideología. Vistos como objetos inocuos, puro entretenimiento, los ingenuos lectores son atrapados por las fuerzas intelectuales, lo que propicia cada vez más la hegemonía de una cultura vacua, carente totalmente de contenido y que fundamenta el sistema imperante. Lo que no forma, deforma. Lo que no se combate, se fortalece. El otro fuego se rebela y se posiciona: no forma parte del redil.

La unidad en la mayoría de los doce cuentos está fundamentada en las diferentes subtramas que plantean la certeza del mecanicismo de la actual existencia. Lo impuesto nos domina: “Ser un fantasma en la propia vida”, “los días sin sentido alguno”, “la sonrisa abatida de inercias”... Son frases entresacadas de estos cuentos. Lo dijo Breton: “La vida es lenta y el hombre no sabe apenas jugarla”. Esa invitación al juego está también en este libro, como lo está igualmente la reivindicación del placer como forma no sólo de liberación sino también de combate, tan presente en el cuento “Motivos del sábado”. Es subversivo amar pero, sobre todo, gozar, como apuntó Eagleton: “Vivimos en una sociedad que, por una parte, presiona para que busquemos el placer inmediato y, por la otra, impone en grandes sectores de la sociedad el aplazamiento indefinido de su obtención”.

Sin embargo, y a pesar de este desarrollo, los personajes de este libro no se muestran como víctimas; no se resignan. Ellos mismos provocan los cambios, sabedores de que el germen se encuentra en el interior de cada uno. Todos los desenlaces se precipitan al fuego; a ese fuego de la transformación, tal y como la concibieron los alquimistas.

Este sentido de la liberación está simbolizado en la calle, en el afuera: “Me voy, me voy”. En un deambular que posee tanto del concepto de deriva. Las casas son espacios donde es imposible el sueño, lugares que poseen algo de la opresión siniestra de los cuadros de Leonora Carrington. Hay que salir para alcanzar el misterio. El carácter revelador de lo que está en la noche insomne, en la feria, en París. Siempre lejos del habitáculo que nos esclaviza: “El amanecer ilumina a pesar de todo, la oscuridad de los ciegos”.

Este cambio, esta huida hacia adelante, conlleva el sentimiento de la espera, como ya apunta Eloy Tizón en el prólogo. La espera, que como define Carrouges hablando del surrealismo, es la conciencia de que estamos encadenados a la cotidianeidad, al tiempo de conseguir la certeza de que poseemos “una ilimitada libertad a flor de vida, siempre dispuesta a eclosionar y a trastornarlo todo”. Es la receptividad, la tensión de la búsqueda lo que late en cuentos como “Origami” o “A pesar de la lluvia”.

Lo intuido aporta un carácter onírico, esa atmósfera nebulosa, esa ambigüedad que marca el carácter de cuentos como “Rosas amarillas” o “Estación del destierro”. Raoul Vaneigem lo expresó así: “No queda ya más que avanzar ante sí, y preferentemente hacia sí, sin otra guía que el placer que brilla en todo instante de vida”. La apertura, el abandono de lo impuesto, conlleva descubrir la otra realidad: este libro propone el intento.

El otro fuego

Ficha de la obra:

Título: El otro fuego
Autora: Inés Mendoza
Editorial: Páginas de Espuma
Año: 2010