Si no me hubiese dejado crecer la barba, tal vez se me habría quitado la fijación, pero ya llevaba un año sin afeitarme, pasando de largo por delante de las peluquerías y dando vueltas a aquella idea en la cabeza, como un enamorado da vueltas al nombre de su amor y cualquier costalada se lo recuerda, sintiendo ese golpe como un buen presagio. Aquella idea hacía que mi sangre fluyese más rápido, y comencé a atribuir mi obsesión a las rachas de buena suerte, porque incluso llegó a tocarme dinero en un juego de azar en el cual participé prácticamente obligado, o jugaba o me quemaban vivo. Sucedió en la oficina donde era jefe de informática, nos tocó mucho dinero e inmediatamente se me colgaron dos muchachas sumamente interesadas en que cambiase de look, tengo que decir que visto como el estilista de un famoso, siempre de negro y desaliñado, pero ellas estaban empeñadas en cambiarme de color, así que tuve que acompañarlas a varias tiendas de moda donde los dependientes, a pesar de mi larga melena peinada al descuido y mi barba desastrada, me trataban como a un señor importante. En una de estas tiendas incluso nos sacaron una botella de champán que yo me ventilé casi de golpe mientras ellas me animaban a probarme americanas con unos colores que ni siquiera sabía que existían, una de esas americanas la había adquirido un actor muy conocido según el dependiente que nos lo contaba con un deje de orgullo muy curioso, pregunté el precio y del susto, casi vierto el champán. Al principio, ellas se mostraron bastante desconsoladas y a punto estuvieron de hacer una colecta para comprarme la dichosa americana, pero se lo pensaron mejor y yo me alegré por haber resistido.
El dinero consiguió que mi obsesión tomara un nuevo impulso y me hizo sentir que las chaquetas caras tienen algo que no sé lo que es pero alegrar, alegrar, no te alegran la vida, así que estaba dispuesto a consagrar lo que me quedase de ella a mi obsesión y, además del trabajo en la oficina, me busqué uno por horas de portero en un pub pijo donde mis trajes negros y esa pinta de poeta arrepentido me otorgaban un plus de respetabilidad que nunca había disfrutado; eso, y una pistola cargada que encontré en el probador de una de esas tiendas caras. Cobraba diariamente y de madrugada aceleraba el paso con el dinero en el bolsillo; hoy, con mis sesenta años recién cumplidos y oculto a los ojos de todos, voy a mimar esta obsesión que nunca he podido compartir con nadie porque sería como traicionarla, perderla para siempre y a mí me gusta ver como crece. No me arrepiento por haber dedicado mi vida a ahorrar y, aunque no necesito perder peso, he decidido dejar de desayunar, no volveré a encender la calefacción, me colaré en los transportes públicos y pediré prestado. Empezaré por mis sobrinos, que siempre preguntan por mi salud.
Obra: Pupy
Artista: Malena de Botana
Técnica: composición fotográfica
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