Fotografías: Julio Jurado
Texto: Emilia Lanzas
El humor que hay en estos cuentos –negro, sin duda– es extremadamente sutil, como avergonzado. Se encuentra en numerosos desenlaces, creando una especie de contrapunto en apenas una frase. ¿Crees que la dosis de humor debe estar muy medida para que sea efectiva?
En mis primeros libros, la ironía y el humor negro eran elementos predominantes. Supongo que con la edad se me ha ido congelando un poco la sonrisa, la visión de la vida se va ennegreciendo, y tal y cómo está el mundo… Pero aun así, y a diferencia de, por ejemplo, Los demonios del lugar, en La máquina de languidecer quedan numerosas muestras de ese humor, aunque sean minimalistas.
Tu literatura es versátil y posee continuos cambios de registro. ¿Opinas que una historia sólo posee una única manera de ser contada?
Sin duda, y ésa es la que busco insistentemente. Tengo la impresión de ir cincelando en cada relato, de manera muy lenta y precisa, un bloque de piedra en cuyo centro se encuentra la pieza acabada, redonda, perfecta, una historia única e intransferible. Mi misión es sacarla a la luz desprovista, en lo posible, de excrecencias. Pero, por otra parte, la versatilidad es desde hace ya treinta años una característica primordial de mi narrativa. La variedad me parece enriquecedora, me gusta como lector y como autor, me gusta zarandear constantemente el paladar y la mente de los lectores, multiplicar los mundos y las vidas o, al menos, las escotillas por las que asomarse a esos mundos y a esas vidas.
¿Crees como Plejanov que el realismo es burgués? O como dijo Breton: “Tengo horror a la actitud realista por considerarla resultado de la mediocridad, del odio, y de vacíos sentimientos de suficiencia”.
No sé si es burgués o no, pero sospecho que se trata de una forma de expresión artística bastante acomodaticia. Como autor, al ser de los que piensan que sólo lo excepcional es digno de ser contado, no me interesan nada ni el realismo ni el costumbrismo; ni me interesa, ni sabría hacer un inventario de algo que aborrezco. Es cierto que el relato fantástico debe estar vinculado de alguna forma con la realidad, como si estuviera prendido de un fino hilo, pero no necesariamente con la que es más rutinaria, sino con la del mundo abismal y secreto del hombre, la que atañe a los estados de conciencia, a la memoria colectiva, a los procesos oníricos. En lugar de cultivar el espacio tan acotado del realismo, prefiero cultivar ese espacio sin límites de la imaginación que es lo fantástico, superar lo real mediante ensoñaciones y especulaciones, poner a prueba la percepción de lo real, quitar la tierra de las certezas bajo los pies del lector.
Tu escritura se caracteriza por tener un léxico depurado, un lenguaje rico y un tono poético. ¿Qué opinas de la zafiedad prosaica, más que prosística, de la actual literatura española preponderante?
No puedo generalizar porque tengo enormes lagunas como lector. Pero hay alguna lamentable. Supongo que habrá de todo. Sólo puedo hablar de mi trabajo que, en este caso y como decía Pitol, es el triunfo de la manía sobre la propia voluntad: no puedo evitar buscar la expresividad máxima con el mínimo de palabras, que cada una de ellas tenga peso específico y que todo lo que se cuente sea significativo. En resumen, aunar la precisión y belleza del lenguaje con la singularidad de la historia.
Y, si te refieres a los best-sellers, no los considero literatura.
Eres fundador y rector del Institutum Pataphisicum Granatensis. Sátrapa Trascendente. ¿Crees que fundamentalmente la patafísica es, principalmente, un sistema de resistencia sicológica? ¿Cuánto de patafísica hay en tu vida?
Todo es patafísico, hasta el mismo universo no es más que una insignificante excepción de la Patafísica. Como indicaba el título de mi conferencia “Aproximación imposible a la Patafísica”, uno sólo se puede acercar a ella mediante aproximaciones (geometría novísima del conocimiento, escuela filosófica, mistificación, actitud interior, reacción bufonesca, revulsivo, manera distinta de formular el mundo, etc.). En cuanto al IPG, se trata de un organismo dependiente e independiente del Collège de 'Pataphysique francés, sociedad de investigaciones eruditas e inútiles que estudia las excepciones, propone soluciones imaginarias y tiene su propio calendario, santoral laico, organigrama y publicaciones. Durante diez años fui su único miembro; después, en enero de 2007, el IPG se desocultó y ha vivido un feliz periodo creativo, con encuentros, un blog propio, diplomas, insignias, un libro (El siglo Ubú), la convocatoria del Premio Internacional A.F. Molina al Espíritu Patafísico y la elevación a rango de Sátrapa de una veintena de personas, entre las que se encuentran José María Merino y Umberto Eco. Y también hemos creado un Premio otorgado a Ramón Savater, a título póstumo, y a Carlos Edmundo de Ory.
Asimismo, contribuí con un capítulo en el libro El siglo de Ubú, homenaje a Alfred Jarry en el centenario de su nacimiento. En él hablo de la entidad de la patafísica.
Y para seguir con tu currículum, ¿qué supone ser miembro del Amateur Mendicant Society de estudios holmesianos?
Significa la satisfacción de pertenecer –en la distancia, puesto que vivo en un pueblecito de Granada– a un grupo de amigos encantadores e ingeniosos, de verdaderos eruditos –ellos– del mundo victoriano y de las obras holmesianas de Conan Doyle. Hace más de diez años que nos carteamos, a raíz de la escritura de mi relato paródico sobre Sherlock Holmes El Lecho Celeste del doctor Graham, que tuvieron la deferencia de publicar en 1996, en su Tercer Anuario.
>¿Piensas que hay algo de maléfico, de inquietante, de sospechoso, en el hecho de que el Poder insista en que el ciudadano lea tanta “literatura”basura?Imagino que sólo hay buenas intenciones por su parte. Pero tal vez resultaría más efectivo prohibir directamente la lectura y convertirla así en un placer clandestino.
>¿Qué es totalmente imprescindible en un buen cuento? ¿Qué fundamenta un relato?Supongo que la adecuación del fondo a la forma y de la extensión a la intensidad, la concentración absoluta o, como te decía antes, la máxima expresividad con el menor número de elementos. Un buen relato debería ser una especie de destilado, un bebedizo a través del cual brillara una luz especial, cálida o inquietante, un ascua que acompañara al lector mucho después de la lectura.
>¿Cuál es tu indiscutible maestro? ¿Aquel que Quiroga declaró que había que creer en él como en dios mismo?Son demasiados para hacer una lista, sería interminable. Por citar unos pocos, Poe, Maupassant, los fantásticos victorianos, los fantásticos latinoamericanos, Buzzati, Arreola, Denevi, etc. A Kafka no es preciso mencionarlo, de igual modo que no pensamos en el aire que respiramos.
Fotografías: Julio Jurado