Luke nº 114 - Febrero 2010 (ISSN: 1578-8644)

Aunque vivamos un tiempo disparatado y disperso, y nuestros ojos se cierren a lo bello y a lo limpio
las palabras, todas las palabras de los grandes poetas, seguirán llegando a quienes sientan que su aliento les acompaña y aviva

Aún cuando ya apenas nadie piense que la poesía pueda ayudar a mejorar los asuntos humanos
y sean cada vez menos los que abran a ella su polvorienta intimidad
la mayoría de nosotros seguiremos necesitando ponerle palabras a todo lo que se nos escapa y nos aflige
aunque, inconscientes, andemos empeñados en otras cosas

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La idea que quiere alcanzar la poesía tiene el tacto suave de unos dedos sobre la superficie del agua
Y la imagen que persigue es del color de la extensión del mar, del lago, de la piscina
El tacto y el color de esa magnitud que se disuelve bajo nuestra presión en cuanto la rozamos con los dedos
porque su solidez es la que nos muestra la raya del horizonte
esa línea donde se juntan la tierra o el mar con el cielo, cuando la miramos desde lejos porque de cerca desaparece.
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Debajo de esa tensa línea invisible permanecen hundidos los pensamientos y las emociones de cada cual
elementos que soportarán nuestro peso las tantas veces que caigamos
o sobre los que nos romperemos en pedazos porque su fragilidad no nos sostendrá

Y por encima, sobre ese hilo inmaterial, es por donde las palabras caminan como acróbatas, sometidas a la presión de una columna de aire y realidad que unas veces es cálida, otras borrosa y otras indiferencia o frialdad.
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La poesía es esa mirada lejana, luminosa y nítida, que se proyecta hacia el horizonte
Un horizonte al que los versos quieren dar consistencia con pasos de funámbulo
Y en aquel territorio encontramos al poeta que aspira a dibujar esa línea sutil
tan individual como universal, tan propia como ajena, tan existente como inventada.