El club de los optimistas incorregibles es una larga novela de estructura tradicional que me ha transportado al París de los años sesenta y a dos Europas que ya no existen. Da la sensación de que su autor, el argelino Jean-Michel Guenassia, quiere decirnos que sin Muro el pasado por fin se entiende. En la novela, la sombra del drama histórico sobrevuela las relaciones entre personajes, pero sólo su intimidad sale dañada. Como en la vida, la Historia se decanta en las palabras, gestos y silencios de personas que tal vez ignoran por completo, o conocen a ciencia cierta, los hilos invisibles del pasado. Las razones del ominoso silencio entre ese personaje fantasmal, Sacha, e Ígor, el médico reconvertido en taxista, se descubren al final, cuando Guenassia revela el drama de aquella familia judía de San Petersburgo.
"Tú no sabes qué le habrá tocado vivir", dice Ígor a Michel, el joven protagonista. Es un diálogo de apariencia secundaria que después resulta trascendental.
Guenassia relata las claves existenciales del pasado más salvaje en el pensamiento europeo. Del sesudo ajedrez de los refugiados y apátridas que borrachos de delirio ideológico huyeron de sus países, al primitivo futbolín y al rock frenético de una sociedad que cambiaba. En la novela, la brecha entre el existencialismo y el pop es narrada por Guenassia desde los ojos de un adolescente que representa ese cambio en los fondos y en las formas.
Mientras leía El club... he pensado que también hoy día, tras un empacho que ha durado cuatro décadas, buscamos algunos otra cosa. De la posmodernidad descriptivista ataviada con gafas de pasta y camiseta personalizada, a una edad del espíritu que ordene en libertad y con humanismo el destartalado escenario. ¿Qué Muro se nos tiene que caer encima para transformar nuestro presente? Mientras tanto, el viento de la Historia se levanta invisible en cada conversación.