Situada en el bucólico condado de Berkshire, a escasos cincuenta kilómetros de Londres, Reading es una de esas ciudades cuya identidad se ve distorsionada por la proximidad de una gran capital, apenas contrarrestada en su caso por el tirón de una pujante universidad y por ser la sede de uno de los macro-conciertos veraniegos de rock de mayor tradición en Europa. Fue allí donde en octubre de 1989 se formaría Slowdive, una de las bandas más representativas –junto a Ride, Pale Saints, Chapterhouse o Loop– de lo que se conocería como escena shoe gaze, así bautizada por la costumbre de sus músicos de adoptar posturas estáticas sobre el escenario, la cabeza ligeramente inclinada hacia el suelo. A diferencia de otras bandas, Slowdive nunca concedió especial relevancia a su lugar de procedencia; una actitud que encaja muy bien con la mentalidad de Reading.
Fichados muy pronto por Creation, el sello de referencia de la escena independiente británica del momento cuyo catálogo incluiría a bandas tan representativas como The Jesus and Mary Chain, Primal Scream, My Bloody Valentine, Teenage Fanclub, Oasis y muchas otras, Slowdive grabaría tres discos a lo largo de cinco años, ninguno de los cuales obtendría el reconocimiento de la voluble y caprichosa prensa musical inglesa, pasando desapercibidos salvo para el proverbial reducto de incondicionales. Partiendo del shoe gaze más característico –capas superpuestas de guitarras y efectos que conforman una muralla sonora que dota de intensidad a morosas melodías, con inclinaciones preciosistas en el caso de Slowdive– su sonido evolucionaría hacia formas próximas a la experimentación minimalista y ambiental gracias al influjo y a la colaboración con Brian Eno. Resulta una constante en esta clase de bandas que, antes o después, se acaben despojando de los sonidos más densos, su inicial seña de identidad, un proceso que en la primera hornada del shoe gaze se vería acelerado por la irrupción del grunge y del brit-pop.
Aunque las relaciones de Slowdive con el sello Creation nunca fueron fáciles y no se llegaron a satisfacer las expectativas comerciales, la perspectiva del tiempo ha hecho cierta justicia a su música y merece la pena volver sobre algunos de sus discos –Souvlaki, el segundo, resulta el más completo, el más equilibrado, y destila con brillantez la esencia de la banda en temas como “Machine gun”, “When the sun hits” o “Sing”, pese a que también el último, Pygmalion, ofrece interés más allá de constatar el sonoro corte de mangas propinado por el grupo a las demandas comerciales promovidas por su discográfica–. Tras disolverse en 1995, algunos de sus miembros, entre ellos el compositor y cantante, Neil Halstead, y la bajista y también voz, Rachel Goswell, fundarían Mojave 3, una reencarnación de Slowdive despojada de su densa vestimenta sonora y dotada de una carnalidad más próxima, por su sonido despreocupado y carente de pretensiones, al folk americano de raíces californianas, con la que grabarían cinco álbumes para el sello 4AD.
Ahora que la escena shoe gaze ha experimentado un cierto renacimiento de la mano de bandas como Air Formation, Astrolux o los despiadados y brutales A Place To Bury Strangers, y que descienden las temperaturas, no es mal momento para dejarse envolver por Slowdive, una banda efímera y maltratada cuyo influjo, sin embargo, perdura.