Tañen las campanas, tañen y no las detienen ni la niebla ni el frío, tañen a muerto, eso es seguro, te pregunto si conoces al difunto, pero mi voz apenas se escucha porque tiembla en mi garganta como una metamorfosis del silencio, ignoras la pregunta informándome alegremente de que te vas a dar un baño de espuma y dudo si realmente la he formulado o solamente lo he imaginado, con un tono más firme pregunto a qué hora sale tu tren. “Con abundante espuma, cariño”, dices, insistiendo en lo del baño, y por el tono de voz entiendo que has oído ambas preguntas, pero no tienes ninguna intención de contestarlas.
Pero tengo que organizarme y necesito la hora de salida, no tanto el nombre del muerto aunque sí me gustaría dedicarle unos segundos, repito de nuevo las preguntas; estás desnuda debajo del umbral de la puerta, te giras y me miras arrebujado en la cama:
–¡Qué más da la hora a la que salga el tren!
–¿No has oído las campanas?
–Sí, claro.
–¿Y no conoces el repiqueteo? Te digo que tocaban a muerto.
Te vas ignorando al difunto por segunda vez, y es en este momento cuando saboreo eso que llaman el placer por las pequeñas cosas, la gozada de estar solo hace que el aire sea una balsa líquida que no fluye y el tiempo parece congelarse, sonrío para mis adentros pensando que si no te vas pronto tendré que envenenarte, pero vuelves y me miras de la misma manera que me miraste la primera vez, idéntica a aquella mirada susurrante que me quemó y aunque el misterio haya abandonado tus ojos recuerdo lo mucho que me gustaron tus formas, tu cadencia, tus silencios, esas dudas que despertabas en mí y que ahora son certezas, porque sólo hablas para pedirme algo. El sonido del agua cayendo incesante en la bañera inunda tu mirada, que sigue clavada en mí esperando que me levante de la cama o diga algo, tus ojos son ahora dos bolitas perdidas en un mar de confusión, helándose primero para después derretirse. ¿Por qué te besaría aquel día a las dos de la mañana? Y pensar que los primeros meses hice un millón de kilómetros en chándal y cogí gusto al mito de Sísifo levantando pesos cada vez mayores, también leí al tal Sartre porque querías quedarte embarazada y que mis espermatozoides fuesen una mezcla de atleta y filósofo.
–¿Qué vas a preparar para desayunar? –preguntas desde la bañera.
Es un escándalo que hayas hablado aunque sólo lo hayas hecho para saber si voy a levantarme a preparar el desayuno, lo mejor de todo es que me escapo muy bien de las perversiones ajenas porque esto del muro de silencio debe de ser una perversión que tú tratas con mimo cuando me miras con esos ojos escurridizos y te atraigo hacia la cama, tañendo mi cuerpo contra el tuyo, logrando que se me olviden tus silencios cuando cierras los ojos.
–¿Qué quieres desayunar?
–Si lo haces bien, igual quedo saciada.
Y te ríes y pierdo la fe en mí y en mi poder de escapatoria; voy a comprar unas zapatillas nuevas, buscar una cuesta abajo y lanzarme con un libro, esta vez de Nietzsche, bajo el brazo.
Obra: Entre mundos
Técnica: Composición fotográfica
Artista: Malena de Botana