Luke

Luke nº 109 - Septiembre 2009
ISSN: 1578-8644
José Morella

Bestiario

El cuento “Los pájaros”, de Daphne du Maurier, plantea el papel del Estado en la protección de los individuos. Los pájaros parecen enloquecer y nos atacan. El lector es testigo de cómo la familia de Nat Hocken intenta defenderse de ellos. Estamos en la Inglaterra de los cincuenta, pocos años después de la guerra. Nat intenta comunicarse con Londres y las operadoras parecen responder con un tono burocrático, como si no les importara el asunto a pesar de conocerlo. Todo el país está amenazado. Los inmisericordes pájaros llegan a ciertas horas, con la marea. Nat aísla la casa por fuera, fija las ventanas, pero cada vez los ataques son más furibundos. El matrimonio especula sobre cómo reaccionará el Gobierno. Se preguntan si traerán al ejército, y exponen sus teorías al respecto. De golpe, gente normal y corriente se pone a pensar en el lugar que ocupa en el mundo, en las relaciones entre Estado e individuo. Calculan la capacidad del Gobierno para resolver las cosas. Nat piensa que el ejército jamás podría defender a todo el país, tal vez ni siquiera a la ciudad de Londres. Las urgencias y los desastres nos vinculan con el universo entero, nos sacan de nuestra pequeña casa vecinal.

Se ha dicho que el ataque letal y sin fisuras (los pájaros no dudan en perder sus vidas, como kamikazes japoneses) podría simbolizar el miedo a una invasión del comunismo, dada la crisis profunda en que había quedado Gran Bretaña tras la gran guerra. Pero leído sesenta años después, otra lectura evidente es la ecologista. Primero porque un ataque de las aves es, literalmente, un desarreglo natural. Del Estado, por supuesto, desconfiamos: ya no somos ingenuos, todos hemos visto por la tele tsunamis, huracanes y otras desgracias, y sabemos por dónde van los tiros. Hace poco tiempo, no sé si se acuerdan, hubo un problema con las abejas. Parecían desorientadas, no se comportaban como se suponía que debían. Hubo cierta alarma a propósito de la posiblidad de que todo el ecosistema de desencajara a partir de la desaparición de las abejas, que resulta (no teníamos ni idea) que son clave en la supervivencia de muchas especies, incluídos nosotros. ¿Alguien ha vuelto a oír algo al respecto? No. Las abejas han desaparecido de los medios de comunicación. Pero ese tipo de comportamiento extraño, esa especie de brote de anormalidad en el mundo, es la base de muchos cuentos de Du Maurier. Y, en ese sentido, nuestro mundo es más maurieriano que el suyo. Sólo hay que fijarse en los medios. Innumerables noticias de prensa pueden ser leídas como un remake muy mal hecho de “Los pájaros”, como una variación “cutre” del tema. Todas son tímidos esquejes de apocalipsis posibles: armas químicas, vertidos en el mar, terremotos, inundaciones, gripes del cerdo, vacas locas... Vivimos rodeados de narraciones que nos cuentan, con todo detalle, las diversas posibilidades y estilos de nuestra futura desaparición como especie.

Volvamos a la casa de la pequeña familia inglesa amenazada: ese matrimonio no se entendería por separado. Ante el peligro parecen un solo organismo, un solo ser que funciona con total cohesión de sus dos partes: Nat es el cuerpo que ejecuta la defensa, el que hace que avance la acción sellando ventanas y rescatando niños del colegio; y su mujer es la mente, la psique que avisa y que aconseja, que alarma, que piensa pero con una ansiedad que le quita practicidad. Pierde los nervios. Los Hocken son una muestra de cómo la mente ha ido invadiendo, a base de tener demasiado tiempo para pensar y preocuparse, el terreno de nuestra antigua intuición, mucho más unida al cuerpo y mucho más sabia a la hora de defenderse del peligro (pero también a la hora de vivir con placidez los momentos de paz). La mente de nuestra especie se ha adueñado de la vida, y nuestros cuerpos siguen sus órdenes, que son órdenes de megalómano, de paranoico o de psicótico. Creo humildemente que por eso hacemos, como especie, cosas tan autolesivas como torturar animales, comer transgénicos o encementar las rocas de la costa: tenemos como guía a una inteligencia sin espíritu, a una inteligencia estúpida. Una ciencia sin alma. El problema de nuestro mundo es este: inteligencia versus sabiduría. Por eso el planeta, que tal vez sí sea sabio, nos acabará enviando sus pájaros asesinos.

Los pájaros