A pesar del título de este artículo, no voy a escribir sobre Crumb ni sobre su adaptación del Génesis. Acabo de empezarlo. Pero tampoco voy a hablar de las bodas de oro de Astérix y Obélix ni del XV Salón del Manga. Quiero evitar la decepción creciente que me produce cada volumen nuevo que publica Uderzo sin el genio de Goscinny y quiero rehuir la Farga de L’Hospitalet, cada vez más parecida a un metro en hora punta que a un salón dedicado al manga y el anime.
Sin embargo, hace no demasiado leí un artículo que ha traído bastante polémica. Trataba, en cierto modo, de esto, del éxito rotundo y masivo que está experimentando la historieta y el cine de animación; según el autor, en detrimento de El Arte. Sin contemplaciones, a ambos medios los saca del Parnaso de un plumazo calificándolos con un valleinclanesco “dibujo de monigotes”. Sus argumentos para demostrar la calidad de la sacra literatura por encima del cómic se basaban en comparar obras como El Quijote, por nombrar al de siempre, con Naruto o Mortadelo, en vez de hacer símiles entre trabajos como Maus, por nombrar al de siempre, y El código da Vinci o La sombra del viento. Le han respondido sobradamente en la Red y en la prensa, y algunas contestaciones han resultado incontestables, así que este texto tampoco va a buscar intentar superarlas.
Lo que sí es cierto es que al mercado el arte le importa una mierda, se escriba con mayúsculas o con minúsculas. Las ventas de Astérix aumentan pese a la nefasta calidad de sus nuevos títulos y el Salón del Manga supera récords de asistencia a pesar de no habilitar mejores instalaciones. ¿Y todo por qué? Pensemos en la pasta que se está gastando en publicidad intentando criminalizar el intercambio de archivos, de la cultura. Entre tanto anuncio, están camuflando que el tipo de negocio actual, su negocio, en realidad se está acabando no por la “ilegalidad” de la llamada “piratería”, sino porque han aparecido canales más eficientes que permiten al cliente obtener lo que desea más rápidamente sin llenar de contaminante plástico o papel su microapartamento de treinta metros cuadrados que paga con un sueldo submileurista obtenido en un trabajo precario susceptible de sufrir cualquier ERE o demás acrónimos sodomizantes.
Las editoriales, discográficas y galerías no son abnegados defensores de la cultura. Son empresas con un negocio, como las de alimentación o de ropa, y evidentemente defienden sus ingresos. No vamos a satanizar tampoco a los grandes del sector, los que acaparan una mayor cuota de mercado, porque sin ellas muchos artistas no hubieran sido conocidos ni sus obras visto la luz. Pero admitamos que muchos otros no llegaron a nosotros porque su obra no se ajustaba a lo que esperaban estas empresas, y esas pautas no se ceñían siempre a lo estrictamente artístico, sino a otras causas. En el mundo del cómic, ha habido varios casos en que los rechazados han decidido autopublicarse a la sombra de estos titanes, Dave Sim a la cabeza (Cerebus, que publicará en español Ponent Mon), y, curiosamente, han alcanzado gran fama y reconocimiento; entonces, los mandamases han llamado a sus puertas.
Lo que fina o mengua, por lo tanto, es un modelo de mercado y no el proceso artístico o la creación, pues sigue fluyendo sin tropiezos. Hay más inventiva burbujeando en la Red de la que pudiera conocerse antes. El arte puede surgir sin fines lucrativos. Internet deja ahora un pasillo ideal para una difusión potencialmente mundial y gratuita de la propia obra. Evidentemente, la Red es también una plataforma más para nuevos monopolios aún más totalitarios que antes, pero es que, si no hubiera negocio, ¿de qué iba a existir la Red, de qué iba a sacar películas Michael Moore, de qué iban a ser ecologistas las corporaciones? ¿Cuántas críticas artísticas se escribirían si no sirvieran de publicidad? El capitalismo se sustenta en la economía. El arte, desde hace siglos, ha tenido que entremezclarse con el dinero para pervivir, buscar mecenas, volverse exquisito. En esta sociedad, uno puede distanciarse de la enfermiza fórmula que equipara grandes sumas con un desarrollo personal saludable, pero del dinero, jamás.
Soportamos una sociedad que ofrece una visión del arte, de las personas, de todo, jerarquizada y mercantilizada. Lo que se promueve, se vende y se compra es esta estructura coercitiva en la que hay que generar beneficios para poder seguir jugando en el jardín. No se trata de la pluma de Boris Vian contra los pinceles de Uderzo, ni de Crumb frente a Ildefonso Falcones. Se trata de que el paraíso ya no es moral ni artístico, sino fiscal.