Tras la magistral escritura de ciertos narradores siempre acecha la sombra de un gran poeta. Sus prosas rezuman poesía por todas partes, aunque sean poco prolíficos en la publicación de sus versos. En su escritura narrativa siempre pervive ese lenguaje poético que se esculpe con la lentitud del que sabe que las obras bien hechas necesitan reflexión y recogimiento. En esa búsqueda de la quietud de la palabra, el camino es lento y meditado, sin sobresaltos y faltos de sentido. Concreción y reposo, el vacío se cimenta con el cincelado pulcro del lenguaje, como un alfarero que con sus manos va dando forma a la espesa arcilla.
Julio Llamazares es uno de estos escritores que necesita del fuego de la poesía para alumbrar su escritura. No es un juego impostado, porque la raíz literaria de Llamazares se sustenta en la poesía; en literatura, toda impostura en el estilo es muy difícil de camuflar y, cuando se intenta, es fácil terminar encallando en los arrecifes de supuestos mares tranquilos. En cualquiera de los libros publicados de Julio Llamazares, los sentimientos y emociones son narrados con el instinto de un poeta que sabe apreciar la lentitud de la vida y la memoria de las cosas y los paisajes que le rodean, porque las cosas y los paisajes, como los seres humanos, también tienen su propia historia; hacerla revivir sólo es tarea de pocos y talentosos creadores. Hace ya más de una década, en 1996, José Carlón publicó una selección de textos de Llamazares bajo el título Sobre la nieve. Este libro es un excelente testimonio del territorio literario del escritor leonés, tanto en lo geográfico como en lo estilístico: un paisaje de montaña, siempre con la presencia de la nieve en la memoria, descrito y narrado con un lenguaje poético límpido y depurado.
Acaba de publicarse en la editorial Hiperión la poesía reunida hasta la fecha de Julio Llamazares. Además de los ya emblemáticos poemarios La lentitud de los bueyes y Memoria de la nieve, este libro contiene los inicios como poeta del leonés, más varios poemas dispersos que se quedaron a medio camino de convertirse en futuros libros. Por esa razón la inclusión de la palabra “ortigas” en el título de este volumen, porque, como menciona el propio autor, las ortigas “alude como metáfora a esas plantas que crecen espontáneas en los huertos que los dueños abandonan y que se caracterizan principalmente por su inutilidad.” Pero hay que insistir que Julio Llamazares nunca ha dejado de escribir poesía; el lenguaje poético siempre ha estado presente en toda su narrativa.
Al leer estos poemas, los lectores de Llamazares los sentirán muy cercanos, su lento y profundo respirar ya lo habrán sentido en libros ya leídos, como retazos entresacados de su universo literario. Sus dos grandes metáforas se resumen, por un lado, en la lentitud de los bueyes, tan necesaria en el frenesí en el que hoy día viven inmersas nuestras sociedades, y, por el otro, en la memoria de la nieve, la memoria de nuestra existencia, que late alrededor de nosotros sin percatarnos que en el paisaje, las gentes y las cosas que nos rodean reside lo más importante de nuestras vidas. Saber caminar lentamente y observar atentamente el paso del tiempo. Porque la memoria, igual que la nieve, hay que forjarla con palabras antes de que el olvido no deje huella de su presencia.