Sonó el teléfono y al descolgar comenzó a escribir las órdenes con tiza blanca, las sombras de mi mente van tomando formas de números y palabras encadenadas; primero, segundo, tercero, cuarto. Cuando la tiza se detiene, ya estoy dispuesto a obedecer; en primer lugar tengo que vestirme de negro, en segundo lugar maquillarme la cara de blanco. A ella le encantan los juegos y a mí me gusta pensar en su cara de ángel malicioso y en sus apetitosos labios diciendo: “Vístete sin ropa interior”.
Tengo que darme prisa, salir a la parte vieja de la ciudad, encontrar la farola donde me ha dejado el mensaje y hacerlo en tan solo veinte minutos. La noche es calurosa, el maquillaje de mi cara se acentúa con la iluminación de la calle, los paseantes de perros me observan con ganas de preguntar por mi sastre, y es que con este traje tan mal cortado no paso desapercibido ni para los perros que me miran con desconfianza. De la nada despega uno de ellos, que en vuelo no tan rasante hace que termine en el suelo con las suelas de los zapatos hacia arriba, intento apartarlo a bofetadas porque comienza a darme lengüetazos por toda la boca como si de un beso profundo se tratase, su dueño no tarda en aparecer increpándome:
–¡No pegue a Geo! ¡No le pegue que se va a enfadar!
–¡Cállese, que va a despertar a todo el puto barrio!
El perro da un respingo a causa del tono de mi voz, y eso me da algo de ventaja para poder incorporarme. Ahora me fijo en el animal y lo veo como una alegoría del priapismo.
–¡Ya me lo podía haber quitado de encima! ¡Casi me viola!
El perro se lanza contra mi pierna a traición y de una certera dentellada se lleva un trozo de tela del pantalón negro. El dueño grita como si el viaje se lo hubiese llevado él mientras su mascota se aleja contoneándose con chulería.
–¿Cómo le has hecho eso al señor? –pregunta exaltado.
–Cállese, aunque no se lo crea, no quiero llamar la atención.
–¿Le ha hecho daño? Coja mi tarjeta, por favor, llámeme si necesita algo.
Lo que necesito es matar a los dos, pero ahora no dispongo de tiempo, apresuro el paso, la cuarta anotación era: “Lee los anuncios pegados a las farolas”. Por fin he llegado, hay anuncios de todo tipo, pero no encuentro ninguno relacionado con los momentos vividos con ella, todavía me faltan farolas por revisar, creo que me vigilan y los nervios comienzan a atenazarme, espero que no hayan arrancado el anuncio. A lo lejos diviso una farola con un brillo más intenso que el que emiten sus compañeras de calle, qué torpe he sido por no darme cuenta, le ha faltado gritarme “¡Aquí, aquí!” Tiene que ser esa, echo a correr hacia ella. ¡Aquí está su fotografía! Detrás de ella, en la instantánea, hay un hombre con las manos reposando sobre sus hombros; con sumo cuidado despego la foto de la farola, la despego con el ansia del que se sumerge en el goce de saberse deseado, la giro con mimo y leo empapándome en cada uno de los rasgos de su caligrafía: “Te presento a mi ex. He vuelto con él. No me llames más”.
Obra: Farolas
Técnica: Composición fotográfica
Artista: Malena de Botana