"Breakdown" puede significar anomalía, avería o fallo, resquebrajamiento o, incluso, un colapso de tipo nervioso. También puede tener el sentido de desglose, análisis, listado. Esta reseña puede tratar un poco de todo ese cuerpo semántico. Ya resulta "anómalo" que no trate Watchmen (Planeta DeAgostini), cuyo estreno esperadísimo está inundando las tiendas de merchandising. En su lugar, "desglosa" una serie de cómics extraños, raros, pero fascinantes: el incomprensible placer de lo, a veces, incomprensible.
El libro que da pie a este texto, Breakdowns, de Art Spiegelman, archiconocido por su cómic Maus, por fin ha visto la luz en castellano de la mano de Mondadori. Es una traducción de la reedición que Pantheon ha hecho de la antología que en 1978 Spiegelman creara reuniendo sus tiras autobiográficas y experimentales de entre 1972 y 1977. Narrativa y visualmente gamberro, es decir, valiente y trasgresor, explora terrenos como el arte abstracto y cubista en el cómic o la narración surrealista, y técnicas como el rascado en negro o el efecto de las tramas de Zipatone. No sólo eso: entre estas páginas de laboratorio se encuentra la propia semilla de Maus, una historia de tres páginas que desarrollaría más tarde por centuplicado en el tomo que conocemos.
En los mismos estantes, en formato más pequeño, La Cúpula ha editado El borrón, de Tom Nelly, una historia extrañísima donde un hombre como cualquier otro se enfrenta a un borrón de tinta a lo largo de toda su vida, una mancha que tanto puede crear, "dibujar" vida, como eliminarla. Deudor en su estilo de sus lecturas infantiles del Mickey Mouse de Floyd Gottfredson y con una portada que recuerda a los cuadros de Magritte, sin olvidar su bagaje como animador (The Muffs), presenta esta historia desoladora y amarga en un estilo clásico, de línea clara y aspecto inocente. La editorial barcelonesa no es novicia en la publicación de obras "chocantes". Especializada en el cómic underground y más independiente, ha regalado a su público, entre otros, las inquietantes y pulidas tintas de Agujero negro, de Charles Burns, y las místicas Maldiciones, de Huizenga, donde hechos particulares son el trampolín para tratar dudas universales en un estilo que busca constantemente innovaciones narrativas.
Cambiando de editorial, las atemporales viñetas de Jason han vuelto a la carga con En pocas palabras (Astiberri). Este cómic más grueso de lo que es habitual en el autor noruego es, en realidad, la compilación de tres trabajos: Dime algo, Los vivos y los muertos y Por el mal camino, donde se sigue jugando con la reinterpretación de obras literarias o cinematográficas conocidas, mezclando géneros en originales pastiches que nos mueven a reflexionar de manera más profunda, tal vez, de cómo lo hiciera con El último mosquetero. No podría faltar en este "análisis" somerísimo La voluptuosidad (Ponent Mon), de Blutch, que ya demostró inteligencia e ingenio sobrados en su autoparodia y parodia del mundo del cómic Blotch. Nada tienen que ver la una con la otra, sin embargo, ni en estilo ni en narración. En La voluptuosidad, Blutch crea una atmósfera densa, irrespirable, sucia de lápices, donde los personajes corren ahogados y poseídos por un deseo sexual implacable que los animaliza.
Inexplicables como una pesadilla, sobrecogedores como el abismo, fascinantes como lo absoluto y la nada, estas historias nos atrapan. ¿Por qué? Porque nos hablan de las anomalías invisibles que no se pueden dejar de soñar una vez reveladas, de ese desperfecto en la mejilla que sabemos que sigue estando ahí aunque no lo veamos y que se convierte en una montaña. Pedimos que nos abandone, que desaparezca, pero es imposible porque crece sin cesar desde nuestro interior. Inseguridades, miedos: Nosotros somos la anomalía.