LAS SEIS VECES
En el cruce de caminos entre Kiev y Novgorov, de espaldas a un punto cardinal en el que el sol apoya su cabeza de mediodía, acompañado por el vendaval y el aullido de los lobos, Yegnei, el boyardo del mechón ceniciento, lloró seis veces:
Una para que el pozo que daba de beber al serpenteante Dnieper no se secara.
Otra porque Vladimir, el esperado hijo de Irina, tuviera lágrimas en la primavera.
Otra porque Muntian el arquero no sintiera sed, sepultado debajo de las hojas del otoño. Otra para llenar un balde con el que lavar las heridas de las piedras derruidas por la cólera del trueno.
Otra para que la pena encontrara su mar y el barco de la muerte pudiera alejarle el invierno. Y otra para que los que vivieran en aquella terrible y bella tierra en el futuro, tuvieran llantos suficientes para poder llorar, como él, sus abundantes desgracias.
NOTA: Esto me fue contado en el bar del Hotel Nacional, sito en una cercana plaza al Kremlin por Mijail Makanin, viejo ferroviario y poeta, como regalo por recitarle de memoria unos versos de Sergei Esenin, bardo de Riazan.
SARGENTO YORK
Alvin York escribió estas líneas momentos antes de desaparecer: “Un hombre de la montaña comienza a perderse cuando divisa la rugosa soledad azul de esa inmensa llanura llamada océano. Ya no importa que el pobre maíz crezca alejado de los valles verdes. Ya no importa que ladren los perros”. John Huston emborronó parte del guión con el bourbon y Howard Hawks accedió a que el joyero abrillantara su medalla de héroe de guerra. Tenía abierta la Biblia en una página donde la niebla impedía leer a Lucas 10,29 “¿Y quién es mi prójimo?” Daniel Boone murió en El Álamo sin que nadie mencionara el dolor grabado en la corteza de un árbol del valle de las Tres Patas del Lobo. Era el mismo Tennessee donde un ternero vale cinco dianas y una bala dos muertes. “Quisiera hablaros de un hombre bueno...” Así comienza un bello sermón de Martin Luther King. A orillas del Somme hubiera servido como despedida. Dalton Trumbo dio fe de que Johnny cogió su fusil y su libertad chocó con el reglamento. “Abraham” es un buen nombre para una mula, y un porche sombrío un lugar excelente para pescar besos en el pozo de la luna, mientras llora el zorro de lomo plateado. Lo que no llena la vida se abarrota de sueños. Alvin York no podía quedarse en casa… La nostalgia utiliza el olvido para curar la certeza de la muerte… Pero el mundo no es sólo humano y en el océano se propaga su incertidumbre...