Luke

Luke nº 107 - Junio 2009
ISSN: 1578-8644
Vicente Huici

Escrituras XI: Deseo y forma

Entre quienes se han dedicado a analizar las motivaciones profundas del deseo de escribir hay un cierto acuerdo que podría resumirse en la afirmación de que se escribe lo que se quiere leer, o también, dándole la vuelta al argumento, que la lectura de determinados textos incita a escribir otros semejantes. Se desearía así ser escritor o escritora en la medida en que se fuera previamente lector o lectora.

Algunos críticos han llegado incluso a afirmar que el deseo de escribir está vinculado al gusto específico por determinadas formas textuales independientemente de su contenido (Roland Barthes, La preparación de la novela, Siglo XXI, México, 2005) y que, por lo tanto, hay personas, escritores/as in nuce, que se ven abocados desde un primer momento hacia el relato, la novela o también hacia la autobiografía o el ensayo.

Ciertamente, para quien se propone abordar el trabajo de la escritura, la capacidad de elegir entre las diferentes formas en las que se pueden presentar los textos es una primera cualidad que hay que ostentar o una habilidad que se debe desarrollar. La elección, además, no es una cuestión de fácil resolución porque tiene dos dimensiones que exigen un cierto nivel de autoconciencia que no siempre se da entre quienes comienzan a escribir.

Así, y en primer lugar, elegir entre las diferentes modalidades formales de escritura es, por supuesto, elegir entre lo que habitualmente se denomina ficción y no ficción, y después, asumiendo que los límites entre los dos ámbitos no siempre están muy claros, entre la forma-relato o la forma-novela, o también la forma-autobiografía, y, cómo no, entre la forma-filosofía, la forma-historia y otras tantas que se podrían distinguir incluyendo formas mixtas muy en boga en los últimos tiempos.

Sin embargo, en esta primera elección, lo único que cuenta es el imaginario de la forma, en la medida en que es un modelo que simplemente se internaliza como deseado y deseable, lo cual no quiere decir que pueda ser siempre realizable.

Pues, en efecto, es posible que a alguien le guste la forma-novela, pero eso no quiere decir que sea capaz de desarrollarla, y no tanto por falta de habilidades –que podrían aprenderse con la dedicación adecuada– como por una cierta incapacidad básica, que tendría que ver con sus estructuras síquicas profundas –la fisis griega o la natura latina–, estructuras que le pueden llevar en el acto de escribir más bien hacia otros géneros como, por ejemplo, el ensayo.

Todo lo anterior quiere decir que la elección no se produce de una vez por todas, sino que más bien se trata de un proceso de elección, de sucesivas elecciones en las que el escritor o la escritora deben probar formas distintas hasta encontrar aquella o aquellas en las que se encuentre más cómodamente. Como dice Doris Lessing, hay que utilizar el método del tanteo hasta descubrir lo que alimenta a la hora de escribir e insistir en ello, una vez descubierto, hasta que no dé más de sí (Doris Lessing, Un paseo por la sombra, Destino, Barcelona, 1998).

La elección implica, por consiguiente, una segunda condición en quien se impone la tarea de comenzar a escribir que no es sino la de interiorizar que, independientemente de la forma que en principio parece que va a modelar el deseo, pueden darse tantas salidas en falso como intentos, si bien también es posible acertar con la opción desde el primer momento.

No obstante, una vez realizada esta primera elección, lo que se necesita es cierto régimen de disciplina para que la prueba de escritura se lleve a cabo con todas las consecuencias. Ahora bien, ¿en qué consiste la disciplina de la escritura? ¿Necesitan todos los escritores y escritoras algo así como un régimen disciplinario? ¿Dónde queda, por lo tanto, la tan tópica y mentada inspiración?