La vigencia del Surrealismo no es sólo «culpa» de la magnitud de las propuestas de aquellos que un día decidieron transformar la vida, sino sobre todo de lo poco que hemos avanzado –si es que no hemos retrocedido– desde los comienzos del siglo XX hasta nuestros días; del sometimiento impertérrito y degradante en el que nos hemos anquilosado en la decrépita sociedad occidental. Breton, Aragon, Artaud, Éluard, Tanguy, Ray, Reverdy, Soupault… debatieron sobre el arte, sobre ellos mismos y sobre su mundo dispuestos a iniciar el camino de un profundo cambio.
En 1924 nace La Révolution Surrealista, dirigida por Pierre Naville y Benjamín Péret, y se inicia en la calle Grenelle la Oficina de Búsquedas Surrealistas. En 1939, un año antes de que las tropas nazis entrasen en París y se produjese el exilio de la mayoría de ellos, los surrealistas continúan su lucha contra los fascismos y la guerra. «Tenemos una idea demasiado alta de la función del arte para negarle influencia sobre la suerte de la sociedad. Estimamos que la tarea suprema del arte de nuestra época es participar consciente y activamente en la preparación de la revolución».
Cuarenta y nueve documentos cronológicamente dispuestos que no han perdido ni un ápice de vigencia, en un periodo que pueblan de soflamas, porque en el llamado pensamiento, «los rayos espirituales se pudren como la paja».
"Portadores de gérmenes, envenenadores públicos", activistas, ateos, poetas, libres: aquellos surrealistas denunciaron el envilecimiento del arte y de la personalidad artística; de la literatura insustancial, impura en su pureza, ajena. «El verdadero arte, es decir, el que no se contenta con variaciones sobre machotes estereotipados, sino que se esfuerza por dar una expresión a las necesidades interiores del hombre y de la humanidad de hoy, no puede no ser revolucionario, es decir, no aspirar a una reconstrucción completa y radical de la sociedad, aun cuando sólo sea para libertar la creación intelectual de las cadenas que la atan y permitir a la humanidad entera elevarse a alturas que sólo genios aislados alcanzaron en el pasado. Reconocemos, al mismo tiempo, que sólo la revolución social puede abrir la ruta hacia una nueva cultura».
Y hablan de Anatole France o la dorada mediocridad, del Comunard Rimbaud, del envilecimiento oficial, de la eternidad surreal, del porqué de su antipatriotismo. Reivindican el ello sobre el yo, lo instintivo sobre los consciente, lo ancestral; debaten sobre el sexo, el suicidio, el azar, el amor, el deseo, la vida.