Desliza sus dedos entre unos botones que se aflojan y otros que saltan, la camisa se abre al compás de su risa, en la pared de la habitación luce una reproducción gigante de la Gioconda que nos mira como queriendo abrazarnos; ella dice que no con los ojos cuando, impaciente, la estrecho contra mí para besarla, prefiere seguir desnudándome, como si estuviera deshilachando mi tranquilidad, como si supiera cómo me desampara esta espera...
Comienza a jugar con la cadena, la enreda entre sus dedos hasta que por fin consigue quitármela, pregunta por el tatuaje, miro a la Gioconda, prefiero no decir nada y menos ahora que está aflojándome el cinturón y mis virtudes van a quedar al descubierto, quiero que se acerque antes de que me baje el pantalón y, como si hubira leído mis pensamientos, se aproxima y me besa dejando caer el pantalón a mis pies, pienso “para ser la primera vez, creo que estaría más tranquilo con menos iluminación”, se lo digo pero me ignora y se arrodilla frente a mí recreándose en los primeros milímetros de descenso del slip, me fijo detenidamente en la imagen de la Gioconda, parece tener un dedo inquisidor saliendo de sus ojos que nos señala por prescindir de ella. Se aleja dos metros y me deja allí, quedando en una pose poco académica, muevo los pies para quitarme los zapatos, no sé qué capítulo del manual del usuario nos hemos saltado para encontrarnos en esta comprometida estampa, quiero llamarla por su nombre, no lo recuerdo y sigo tambaleándome, por fin consigo mandar el zapato izquierdo hacia una pared y el derecho hacia la otra, me siento mejor cuando piso el pantalón con los calcetines hasta que noto crujir el móvil, ahora ya sé donde está, debajo de mi pie derecho; es tarde para arrepentirse y aparento indiferencia ante el hecho de haber estropeado toda esa tecnología. Ella, apoyada en la pared, da golpecitos con las yemas de los dedos imprimiendo ritmo a mis pasos que se acercan, la mirada de la Gioconda ha cambiado, ahora nos mira divertida, supongo que es por mi dubitativo caminar, ya que los calcetines negros me hacen resbalar, así que antes de llegar hasta ella, que ríe complacida, me los quito, ya estoy a su lado, comienzo a besarla, ella levanta los brazos dejándose hacer, le propongo ir a la cama. “No...”, dice. Vivo el momento infectado de deseo, mi mano está acercándose a su entrepierna, ella la sujeta y me besa el cuello despacio, me detengo como un perro que olisquea las sombras, sopesando si ha valido la pena desmenuzarme así.
–Dime...
–No sigas tocándome –dice ella dejando que sus palabras resbalen por mi piel.
Y la Gioconda nos mira, corroborando sus palabras con una mirada matizada en rojo.
Obra: Pulsión
Técnica: óleo sobre lienzo
Artista: Malena de Botana