Luke

Luke nº 102 - Enero 2009
ISSN: 1578-8644
Pedro Tellería

La luz de la fiesta

Conocía al belga André-Marcel Adamek (Gourdine, 1946) por El señor de los jardines negros, una preciosa novela breve que me sorprendió por su ambiente rural y su atinada construcción basada en dos voces contrapuestas que desgranaban la historia. Por eso me acerqué con curiosidad a La fiesta prohibida, novela más larga que no tiene nada que ver con la anterior.

En efecto, frente al realismo de El señor..., Adamek nos traslada a un mundo remoto y fantástico donde tan pronto aparece un oso que hace piruetas como una mujer con escamas de serpiente en la piel. La historia relata el conflicto entre un burgo y los saltimbanquis que los visitan cada año en las fiestas del pueblo cuando, por una desagraciada cadena de equívocos, mueren un domador y su oso. Desde entonces comienzan las aventuras del herrero del pueblo, Lauric, y al anciano Alban, que se lanzan a buscar por esos bosques de dios a los titiriteros; quieren sellar un acuerdo que devuelva la paz al burgo, soliviantado porque ese año se ha quedado sin fiestas.

Recomiendo pasarse dos tardes de lluvia leyendo La fiesta prohibida porque Adamek es mucho más que un fabricante de historias. Adamek es un escritor como la copa nevada de un pino, es decir, alguien que sabe captar las pasiones y construir personajes y tramas que estén por esas pasiones, a las que apenas se alude. Así, el valor de la fiesta, el deseo sexual como motor de la vida o el papel del perdón como acto que sana conflictos están magistralmente presentados, sin alharacas ni énfasis, dejando que avance la historia para que sea el lector quien extraiga lecciones.

Así es Adamek. Sabe construir, mantener la atención, seleccionar el número preciso de personajes y, sobre todo, contagiar sobre la realidad una mirada sin censuras expresas ni opiniones que sirvan de pretexto. En La fiesta prohibida todos tienen sus razones, y Adamek las pone de frente dejando entrever que quizá existen otras más veladas, más oscuras, menos dignas, pero que en la literatura como en la vida no duele saber que la existencia es así.

En esa preciosa ambigüedad trabaja Adamek, un tipo de mil oficios distintos y sombrero de paja que no se lleva mal rato por ello. La vida es así, parece decirnos, no seamos infelices. Quizá por eso le gusta que sus novelas terminen bien. Ese guiño al optimismo que estaba en El señor... se repite en esta novela.

Me lo he pasado bien leyendo La fiesta prohibida. He montado a caballo, he luchado, he perdido un tesoro y he terminado en el mar escuchando un idioma distinto. El idioma de los finales felices, el idioma de las novelas con peso, el idioma de la fiesta, a la que siempre volvemos los hombres sensatos.

La fiesta prohibida