Sentía un cierto aire chulesco en su caminar, como cuando la noche llega a su final y no quiere dar paso a un amanecer lluvioso, caminaba como si pisara calles pavimentadas de espejos opacos; tropezamos con algo, o puede que no, el caso es que se balanceó y a nuestro alrededor comenzaron a oírse voces apuradas:
–Se va a caer, se cae, se cae…
Quise sujetarla, se balanceó de nuevo y despacio se fue al suelo, la gente se arremolinó a nuestro alrededor cerrando el medio círculo que se había formado, alguien quiso coger el abrigo que llevaba en el brazo, pero ella lo agarró con fuerza aferrándose a él desde la profundidad del suelo, algunos se disculpaban hasta que decidió soltarlo mirando con la felicidad de quien siempre está bien, caiga donde caiga.
–No se disculpen, parece que me ha empujado alguno de ustedes, y, ahora que ya he disfrutado del suelo mojado y frío, si alguien me ayuda a levantarme…
Un brazo rompió el círculo y ella se sujetó a él con fuerza, al terminar de levantarla le dio varios consejos de esos que están muy bien pero no sirven para mucho, si acaso, para buscar flores en los cipreses. Cuando se incorporó totalmente, tocó algunas zonas de su cuerpo, la blusa le oprimía el pecho, buscaba en su memoria un no sé qué y, mientras se sacudía la ropa, miraba el reloj.
–Tengo que hacer un par de recados, ¿me acompañas?
No podía decir que no, el círculo comenzó a deformarse para terminar diluyéndose en la oscuridad de los cristales opacos, ella hablaba para sí misma.
–Caminemos tranquilamente un rato.
A lo lejos vislumbramos tenues halos de luces azules que rodeaban un gran edificio; ella continuaba dándose razones.
–Si tuviese más tiempo... –decía doliéndose un poco por la caída y otro poco vete tú a saber por qué, se frotaba las manos calentándose y limpiándoselas a la vez; un paso corto y las puertas automáticas se abrieron, al otro lado un ir y venir de gente, se acercó a un mostrador, preguntó algo y dijo su nombre, el hombre le indica dónde tiene que dirigirse, se quiere coger a él pero no llega y cae otra vez al suelo deslizándose despacio, en esta ocasión el círculo que se forma es más pequeño, alguien le agarra de la muñeca.
–No le va a doler –dice.
Quiero pensar pero estoy desconcertado, no me puedo creer que una fuerza me empuje hacia fuera si yo quiero quedarme dentro, las palabras me llegan casi inaudibles y no estoy muy seguro si ella gime o grita, un tirón seco y la luz me ciega, ahora las palabras son gritos, creo que de alegría, hay un intenso olor a sangre y a sal, ella se desembaraza, reconozco sus manos que ahora me tocan, su rostro se acerca al mío, quiero soltarme, quiero volver dentro y grito, mi voz y otras voces se mezclan con el frío homenaje a Bogdan y a todos los fallecidos en accidente laboral. ¡Hace tanto frío! y qué azul es todo, qué insoportable ese rechinar, que no quiero más besos… y cómo huele a tierra esta mujer
–Hola, Bogdan –dice ella–. Esto ya lo sabías, ¿verdad?
Obra: Bogdan
Técnica: Óleo sobre fotografía
Artista: Malena de Botana