Luke

Luke nº 105 - Abril 2009
ISSN: 1578-8644
Javier Martín Ríos

Un poeta tranquilo

Hasta hace muy poco no leí a Willian Carlos Williams. Su nombre, como tantos nombres de escritores, era uno más en ese denso bosque de la literatura donde nos perdemos tan fácilmente: se cita allí y allá, en revistas, en ensayos, está en boca de otros poetas, pero nunca di el paso para acercarme a su poesía, deuda que aún mantengo con un buen número de reconocidos escritores. Pero hace poco rompí con esa barrera que me separaba de su obra y en mi última incursión en una librería me llevé una antología poética bilingüe de Willian Carlos Williams, editada este mismo año por Alianza Editorial, en conmemoración del cien aniversario de la publicación de su primer libro de poesía, editado por el mismo autor en 1909.

Willian Carlos Williams pudo ser ese típico poeta de provincias olvidado en uno de los rincones más oscuros de la historia de la literatura. El reconocimiento le llegó tarde, cuando ya había cumplido los sesenta años, y desde entonces su poesía fue considerada tan innovadora como la de otros grandes poetas norteamericanos que escribieron durante la primera mitad del siglo XX: Ezra Pound, T.S. Eliot, Wallace Stevens o E.E. Cummings. Pero ese poeta, de profesión pediatra, y que apenas salió de Rutherford, una pequeña ciudad cercana a Nueva York, tuvo todas las de perder a la hora de ingresar en ese parnaso –a veces tan ficticio– reservado a los grandes nombres de la literatura. Fueron los que vinieron después, los escritores de la llamada “Generación Beat”, los que lo sacaron de ese pozo sin fondo que en literatura solemos denominar “injusto olvido”.

La grandeza de la poesía de Willian Carlos Williams reside en haber hecho de la cotidianidad su primordial objetivo de creación. Escribir de lo cercano, de las gentes y los objetos que te rodean, con la mirada de un pintor o un fotógrafo que capta los retazos y los alientos de vida que se mueven a tu alrededor. Imágenes y sensaciones, esculpidas en poemas breves y aparentemente sencillos, lejos de la abstracción y el lenguaje virtuoso, ampuloso, sofisticado, en el que los poetas caen tan fácilmente cuando la inspiración no llega, pero que hay que sacar de donde sea, forzando el verso y el lenguaje hasta límites insospechados, con el peligro de perderse en territorio huero y baldío.

Cuando algunos de sus coetáneos marcharon a la vieja Europa para inmiscuirse en el furor de las vanguardias, Willian Carlos Williams se quedó en la pequeña Rutherford, ejerciendo de médico en su consulta privada, y desde allí le llegaban los ecos de las vanguardias artísticas que él aplicó en su quehacer poético. La influencia de Duchamp en la poesía de Williams fue más que notable. De los pintores, como el mismo Duchamp o Juan Gris, aprendió que “no hay ideas sino en las cosas”. Una poesía de la presencia, de lo concreto, una poesía desnuda de ropajes, en toda su plenitud.

Cien años después de haberse publicado su primer libro, la poesía de Willian Carlos Williams sigue invitando a la lectura. Y lo más importante: sigue dando grandes lecciones. Leyendo a ese poeta tranquilo que apenas salió de Rutherford, la poesía no parece tan lejana a un lector que cada vez aprecia más la grandeza de las pequeñas cosas que envuelven nuestras vidas.

Willian Carlos Williams