De las sucesivas comparaciones entre textos de los denominados “de ficción” (novelas, relatos) y los de no ficción (reportajes, filosofía, historia, sociología, auto/biografías) han resaltado más las semejanzas estructurales e intencionales de los segundos con respecto a los primeros que las diferencias.
Ante esta constatación, los autores de los diversos tipos de textos reaccionan defendiendo, según una lógica propia, sus producciones, sin que, por lo general, se permitan evaluar con el necesario sosiego las ventajas e inconvenientes de lo que escriben.
Mayormente, son los autores de textos de no ficción quienes se revuelven muy contrariados cuando se les muestra las similitudes estructurales e intencionales con respecto a los textos calificados como ficciones. Pero en un lugar aparte hay un tipo de autores, los teólogos, los teólogos conscientes o inconscientes que nutren las religiones tradicionales o las más modernas religiones civiles, que no sólo abominan de toda interpretación ficticia de los textos “verdaderos” que han recibido, sino que, amparados en un autor máximo, frecuentemente una deidad (o, en las religiones civiles, un padre fundador endiosado), condenan además cualquier interpretación ajena a la suya como herética y digna de ser combatida (y, como es conocido, no sólo con palabras).
Les siguen los filósofos, sobre todo los creadores de grandes sistemas, que estiman que el gran esfuerzo que han llevado a cabo por delimitar el territorio del logos racional más allá del mithos se viene abajo con este tipo de constataciones. Y, por último, se sitúan los científicos, físicos y sociales, que al incorporar datos empíricos en sus textos denuncian el establecimiento de comparaciones con el mundo de la ficción como una regresión hacia lo irracional y lo acientífico.
Por otro lado, no es infrecuente escuchar a autores de novelas o relatos la autoatribución de cualidades didácticas que, por ejemplo, en palabras de Mario Vargas Llosa referidas a Flaubert y a su Madame Bovary permitirían conocer mejor una época a través de las obras de ficción que por medio de los textos de la Historia.
Probablemente todos tengan razón, en el sentido de que todos tengan su parte de razón, pero es posible comprender que aceptar las similitudes estructurales e intencionales entre los textos de ficción y de no ficción ayuda a dilucidar el fondo de la cuestión, que es, ni más ni menos, la verdad de las cosas. Y la verdad de las cosas, salvo que se disponga de un guardaespaldas metafísico como el dios judeo-cristiano o un equivalente lógico-científico, se dilucida entre palabras, entre las palabras de los humanos.
Así que, de entrada, comprender que hasta el texto más científico, físico o social, puede operar como una buena narración o que la pretensión de llegar a la verdad por medio de una novela se articula en un supuesto de verdad no discutido y situado más allá de la ficción, significa acentuar el sentido crítico frente a todos los textos, cualquiera que sea su naturaleza.
Además, descubrir las semejanzas estructurales entre textos de diferente condición ayuda a desarrollar lo que Paul Valery denominaba “sensibilidad formal”, y permite detectar maneras de decir –dispositivos retóricos estudiados desde la Antigüedad (Lausberg, H., Manual de retórica literaria, Ed. Gredos, Madrid, 1976)– que van más allá de los contenidos y que apuntan a intenciones semejantes por mucho que pretendan ser muy diferentes.
En tal tesitura, no se trataría, por tanto, de hacer un elogio banal de la ficción ni una apología pírrica de la no ficción, sino que más bien se apuntaría la conveniencia de aprovechar en un sentido crítico esta distinción surgida en el mercado literario para poder hacerse una idea de las posibilidades reales de configuración de verdades que sabemos ya temporales y aleatorias, pactadas al fin entre todos y todas, más o menos conscientemente.
Sin embargo, y en cualquier caso, escribiendo novelas o relatos, Historia o Sociología, una biografía o un dietario, ¿dónde queda la figura de quien escribe? ¿Por qué escribe? ¿Y para quién o para quiénes se entretiene tanto, repasando y volviendo a repasar lo ya escrito?