Se habían conjugado los elementos para que 1998 fuera un año portugués. La Expo se celebraba en Lisboa, José Saramago recibía el primer Nobel de Literatura a un escritor luso, surgía una generación de narradores con instinto europeizante... y se marchaba el pulsador fundamental de la realidad lisboeta de la segunda mitad del siglo XX: José Cardoso Pires. Rotundo, irónico, metastásico, leal, nicotínico y singular observador del paisaje de la capital que le acogió, y en la que dejó el doble de su vida, Lisboa.
Nacido en las provincias, en el Distrito de Castelo Branco ( Säo Joäo do Peso, municipio de Vila de Rei) el 2 de octubre de 1925, comenzó a animar la vida cultural de Lisboa en los tiempos en que estudiaba Matemáticas. Publicó sus primeros relatos, se hizo marino mercante (“Salí de allí como había entrado: sin saber nada de nada”) y terminó impartiendo clases de literatura portuguesa. Eran días de surrealismo francés, y frente a ese colonialismo cultural, JCP se hizo aprendiz y sabio en la literatura española, traduciendo El Quijote y admirando a Azorín o a Baroja (luego, como fan de Hemingway, no aceptó el desplante que el vasco le hiciera al cazador de leones cuando se acercó a San Sebastián para interesarse por su salud).
Porque entre sus traducciones también cayeron Faulkner, Becket, Lorca o Maiakovski, semiológicas presencias en los escaparates lusos. Porque como marxista visceral tenía que rivalizar con aquellos días de fascismo –en su caso, Salazar–, se lanzó a retar en una antología breve, Los camineros y otros cuentos, en 1949, desarraigando la voluntad del neorrealismo que imperaba en Lisboa. De alguna manera, era la versión larga, LP, de las inquietudes pessoaistas. “Jamás he escrito dos palabras en clave surreal, mi influencia es anglosajona”, afirmó cuando presentaba Alexandra Alpha, una novela de 1988.
Repasando su bibliografía, los dardos críticos siempre apuestan por Historias de amor (1958), El Delfín (1968) o La balada de la playa de los perros (1982), tal vez por su mimetismo cinematográfico. Hay que reivindicar su armadura analítica, Celeste&Lalinha, O dinosaurio Excelentísimo y A cavalo no diabo, porque la concentración de “ese narrador con espíritu de poeta” luce larga, como la secuela del Tajo, tan intensamente líquido en su obra.
Durante la grabación del documental Lisboa, navaja en el corazón (que escribió Manuel Rivas y dirigió M. Palacios), Cardoso habla con Tabucchi de la sintaxis de la ciudad, una ciudad construida sobre la ironía que acaba pareciéndose al París de la segunda mitad del siglo XIX. El triángulo de un hombre, prosador, donde se fusionan cronista, prosista y fabulador. Prosador quiso llamarse. Y el triángulo del dolor; la primera isquemia le dejó sin memoria durante quince días (y cedió una de las mejores recetas de vida, De profundis, valsa lenta), la segunda le retuvo en una silla de ruedas y con la tercera no pudo. Pero había dejado uno de los más originales diarios de viaje con Lisboa: diario de a bordo. La saudade de Cardoso todavía está fresca, diez años después.
búsqueda que comienza en uno mismo y aspira a un punto inefable, libre de tiempo y de espacio, donde la comunicación total se haga posible. Una búsqueda de los lugares anhelados por los místicos que conecta con hilo invisible las mejores obras artísticas, las mejores notas, las más depuradas palabras. Y es indiferente la dirección que se elija en ese caminar, porque, como nos dijo Chillida, "¿no es tan vanguardia el crepúsculo como la aurora?"