Me encanta Banksy, ese grafitero oculto cuyas obras aparecen de repente en cualquier rincón de Londres. Es un Jack el destripador moderno: destripa la tela de imbecilidad acrítica con la que caminamos por nuestras ciudades. Caminamos cada vez más como negativos exactos del flâneur benjaminiano. No sabemos andar como Robert Walser, ni siquiera como D.H. Lawrence. Nada que ver con el caminante de los mapas de los sueños que trazaban los psicogeógrafos situacionistas. Caminamos, disculpen la redundancia, como autómatas gilipollas. Por eso, para darnos un bofetón que nos despierte, Banksy hace sus obras: por ejemplo, esa preciosa en la que una dulce niña cachea a un militar el doble de grande que ella, que se apoya en el muro con los brazos en alto. O el de los dos bobbies besándose apasionadamente en la boca. O la enorme y horrible rata que nos amenaza con su cámara fotográfica al cuello. O la otra rata a la que se ve con un pincel, tras hacer una pintada que dice: tan poco que decir, y tanto tiempo... Las señas de identidad de Banksy son varias: el soporte como tema de la obra: las paredes siguen siendo paredes dentro del grafiti. Ha entendido a Velázquez, o a Foucault explicándolo. Otro rasgo suyo son las cámaras que nos vigilan y con las que vigilamos. Y también las ratas, claro, las ratas como reverso de nosotros mismos, como los seres que nos miran desde su otro lado, desde su inframundo, y para las que el inframundo somos las personas. Nosotros somos sus alimañas. Pues bien, el genial artista ha abierto en el barrio de Greenwich Village, en Nueva York, una fascinante tienda de mascotas. Se trata de mascotas hechas con comida. La obra alude a la ceguera con la que nos negamos a mirar a los seres vivos no humanos mientras cruzan el camino que les obligamos a cruzar hasta nuestros platos y nuestros incisivos. Para olvidarnos de lo que hacemos, hasta hemos inventado chistes y mitos, como el de que los cerdos son sucios. Es mentira. ¿Acaso es el barro sucio? No es más que agua y tierra. ¿Es sucia el agua? ¿Y la tierra? Juntas nos dan alimentos: esos tomates que no dudamos en zamparnos. Hay algo horriblemente siniestro en el hecho de que el inconsciente colectivo de los humanos traslade lo sucio de ellos mismos –que son los que organizan los establos de concentración donde ¿viven? los animales– y lo deposite en la idea del animal en general. ¿Por qué necesitamos engañarnos con esta historia? Banksy está llamándonos la atención sobre nuestro macabro uso de los animales. ¿Saben que a los pollos de oferta de nuestros supermercados les tienen que cortar los picos al nacer para que no se asesinen los unos a los otros por la desesperación? Hay muchas cosas que ustedes no saben, cosas que Banksy, yo diría, ha estado estudiando antes de abrir su pequeña y entrañable tienda. No me extrañaría que, entre otras cosas, hubiera visto un documental que yo vi hace un tiempo y que me marcó para siempre. Se llama Earthlings. Véanlo. Si es que se atreven.