Lo oculto se relaciona con el olvido y, con ello, también con lo perdido.
Un niño cabalga sobre una almohada por el amplio valle que abarca la colcha de su cama. A veces se cree un miembro de la partida de Robín de los bosques, otras un guerrero apache de la tribu de Jerónimo. Su caballo es un caballo mágico, puede ser lo que quiera ser, incluso es capaz de abrir la puerta del espejo y viajar con Alicia al País de las maravillas. Lo que sucede es que aunque le llames no te oirá, no volverá la cabeza. El contador de cuentos dice:
Ese niño vive sólo en tu imaginación. Hace ya mucho que creció y se fue lejos; ahora no es más que un niño de aire.
Estas palabras son de Robert L. Stevenson. No en vano recurrir a la imaginación para desvelar lo oculto se puede asemejar a la búsqueda de la isla del tesoro.
Hay que navegar por el inmenso océano del olvido para dar con el islote donde se hallan enterrados los restos del Santurtzi que fue, y luego excavar, conscientes de que los esfuerzos de los buscadores de tesoros no encuentran casi nunca recompensa.
Bastan sin embargo dos paladas para darse cuenta de que el Santurtzi oculto estaba más cerca del mar. Las fotografías del viejo puerto pesquero pegado al pórtico de la iglesia así lo atestiguan. A lo largo de este siglo, le hemos ido robando terreno al mar y, bloque de cemento a bloque de cemento, camión de escombro a camión de escombro, nos hemos ido convirtiendo -sin darnos cuenta- en gente de tierra adentro. De tan adentro que cada vez quedan menos rastros de quiénes somos.
El barco pesquero que adorna en Cabieces el parque de Ranzadi representa la sorprendente metáfora del navío que cambió la cresta azul de las olas por la cima verde de una colina. Esto enlaza con otra metáfora que también es aplicable a nuestra memoria: los pueblos antiguos enterraban a sus muertos muy cerca suyo, en el círculo que constituía el centro sagrado de su hábitat y su memoria. Curiosamente, el primer cementerio del pueblo en épocas remotas estuvo pegado a la iglesia de San Jorge. Los fantasmas que lo habitaban podían oír los rumores del mar. Luego se alejó un poco, subió un cuarto de colina, se ubicó cerca de donde están ahora las dependencias municipales de la calle Juan José Guruchaga. Más tarde, como el barco de Ranzadi, subió a la cima de la colina, subió hasta la zona alta de Cabieces donde se encuentra ahora, alejado del mar y del viejo recinto sagrado de la memoria, como una representación silenciosa de la metáfora de la lejanía y del perenne olvido.
Uno recorre Santurtzi y ¿dónde encuentra huellas de lo que fuimos? ¿Dónde están los restos de la Portalada, de la Chicharra, de Mamariga, de Las Viñas? Desconozco cuántos niños de hoy conocen la "cueva del ermitaño" o la "de las tres hermanas", sobre las que circulaban leyendas que se han perdido. O cuántos han escuchado la historia de aquel capitán que, quizás tras haber asistido a un lance amoroso, regresando al fuerte en su montura, se precipitó con su caballo por una sima que, según nos decían, iba a dar al mar.
Desvelar lo oculto es ver más allá de lo que se ve, es admitir que para vivir hay que dejar espacios en los que uno lanza la piedra a la oscuridad del pozo y en su imaginación resuena la zambullida de la piedra en el agua aunque la cueva nunca llegara al mar. Tampoco el cielo es en realidad azul y nos trasmite alegría cuando lo vemos azul al mirar por la ventana.
Quien desvela lo oculto, oye las voces de los espíritus que habitan en el lugar donde vive y escuchándolas comprende que debe respetar la sombra de un árbol centenario o preservar, frente al negocio especulativo de un rascacielos, la vieja fachada de una casa en la que habita la sombra que nos recuerda lo que somos. Uno comienza por taponar la entrada de la "cueva de las tres hermanas" y la "sima del capitán", porque los considera simples agujeros, y termina sepultándose a sí mismo.
El olvido es una tumba cubierta por un gran desierto de arena en el que el pasado se hace inaccesible y la promesa del futuro se convierte en un espejismo propenso a que, en nombre del progreso, el encanto de la vida sucumba a cualquier alucinación.
¿Para qué sirven los caballos islandeses?
Desvelar lo oculto es ver más allá de lo que se ve, es admitir que para vivir hay que dejar espacios en los que uno lanza la piedra a la oscuridad del pozo y en su imaginación resuena la zambullida de la piedra en el agua aunque la cueva nunca llegara al mar. Tampoco el cielo es en realidad azul y nos trasmite alegría cuando lo vemos azul al mirar por la ventana (...)