EL VISIONARIO
Caminaba cabizbajo por un paraje desolado, un inmenso erial emergido de las aguas de un pantano al descender. Avanzaba lentamente mientras contemplaba ensimismado el paisaje. Mis pasos resonaban ominosos sobre aquella superficie seca y cuarteada que, semejante a un gigantesco puzzle, profería al ser pisoteada violentos chasquidos. El sol refractaba destellos cegadores difuminando el perfil del yermo y a lo lejos se divisaban las ruinas de un pequeño pueblo en la planicie. Calles y casas derruidas anunciaban la huella de unos seres que cedieron al olvido. Y sentí un hondo pesar, el baldío sinsabor del desarrollo. Luego escuché sus voces lastimeras y corrí desesperado hasta que la imagen de aquel pueblo emergido se perdió en el horizonte. Entonces, acodado en una roca, descansé procurando descargar el peso de la Historia. Casualmente mi mirada recayó en un madero arrastrado por las aguas. Eran sus formas sinuosas y parecían encubrir bajo el lodo un rostro hermoso. Ya en mi casa, sosegado, comencé a extraer la imagen encubierta. Mis manos trabajaban sin esfuerzo, pero obtenían rasgos inquietantes. Luego, al terminar la talla y contemplar horrorizado su expresión, volví a escuchar los mismos gritos de agonía que me habían hecho enloquecer.
Arrojé aquella máscara, con un lastre, a un pozo profundo que la engulló sin vacilar. Y desde entonces resuena incesante en mi conciencia el eco de aquel oscuro vestigio del ayer.
EL DONANTE
Desperté de la anestesia sitiéndome un hombre nuevo, sobrevolando como un fénix mis cenizas calcinadas. Mis temores se esfumaron al darme cuenta de que la operación había sido un éxito. Mi enfermedad sólo era un recuerdo, una pesadilla de la que entonces comenzaba a despertar. Sentía mi cuerpo, antes marchito, remozado y fuerte: mis órganos sanos, mi mente lúcida y mis extremidades asombrosamente ágiles. Lleno de entusiasmo recorrí las estancias de aquel hospital buscando el solaz de alguna voz, pero todo estaba oscuro y extrañamente silencioso. Sólo una luz intermitente brillaba al fondo de la planta en que me hallaba. Caminé hacia ella sin sentir casi las piernas, curiosamente ingrávido en aquella atmósfera opresiva. Al final del pasillo, en la última sala, decenas de vísceras y miembros amputados se alineaban sobre una mesa metálica, flotando en el interior de grandes pipetas de cristal. Casi en trance contemplé su macabro contenido, cuyo orden anatómico había sido cuidadosamente respetado: pies, piernas, testículos, riñones... y así hasta el último recipiente, donde se mecía con un suave balanceo mi propia cabeza seccionada.
¡ Todo había sido una ilusión !. Pues mi cuerpo no era más que el reflejo débil de mi alma, y los que allí se almacenaban, los órganos que, ya desahuciado, había donado horas antes de morir.
EL ADICTO
Crepúsculo de terciopelo rojo y cansina ingravidez, distorsión de los objetos, decadencia y languidez bajo el eco de una carcajada... Pero ahora estoy despierto y hay montones de basura sospechosa en las esquinas de mi cuarto, utensilios de mi exigua nutrición. Apenas siento el beso del agua al contacto con mi piel, espuma de colores cambiantes e irisados. Y la calle empalagosa, que se estira y se retuerce, se duplica potenciando mi fatiga secular. Ansiedad y ansiedad. Rostros cuadrados y aritméticos, de carne inexpresiva y desleída, pasan junto a mí cual fantasmas de mis sueños. Luces de neón que explosionan en mi mente y coches de ambiguos colores y policías y putas contagiadas mientras la angustia atenaza mi estómago con un abrazo frío. Pero al fin veo el rostro hermafrodita de mi dios, entre una multitud disforme, iluminado por una aureola que oscila sobre su cabeza en la representación de un éxtasis que abrasa... Amenazas, susurros lejanos e intercambio. Y la euforia de mis venas desnutridas, que con vítores triunfales celebran una orgía hipersensible. El sórdido retrete del sórdido garito que ya se torna aséptico, mágico y sensible por momentos que tal vez fueron horas. Pero ahora el camino ya no es largo, ni sucio ni poblado de fantasmas: vuelve a ser crepuscular. Y de nuevo en mi cuarto, que ahora es regio, un orgasmo estomacal sin erección. Y el sueño y la desidia, duermevela de fantásticas visiones, de caída eterna a lo insondable de un pozo profundo que se abre y se cierra y me expulsa hacia un vacío púrpura del que no deseo despertar...
EL NECRÓFILO
De nuevo estás aquí, Pequeña, cerca, muy cerca y muy dentro de mí. Eres carne de mi carne, sangre de mi sangre, como al principio tú misma soñaste. ¿ Lo recuerdas ? Yo jamás pude olvidarlo, Pequeña, aquel pacto y tu promesa...
Me miras altiva desde tu altar de terciopelo rojo, sensual y tentadora, tal vez sorprendida de que aún te siga amando... ¿ Por qué te fuiste, por qué no me escuchaste, por qué incumpliste tu promesa ? Nuestro sueño, tus proyectos, nuestra torre de cristal... Ya nada será igual ¿ no lo comprendes ? Somos ídolos caídos, solamente eso.
Pero ahora estás aquí y aun demediada sigues siendo hermosa: la cascada de aguas negras de tu pelo, tus labios tentadores, tus ojos oscuros y profundos, ojos de vértigo y engaño que ya no parpadean, que me reprochan desde el frío tantas cosas...
Sólo he conservado tu cabeza. Lo demás lo he devorado lentamente... Tardé tanto en encontrarte... Entre sombra y sombra, entre trago y trago te buscaba y tú no estabas... Intentaba recrear en mi mente tus palabras, aquel pacto y tu promesa: juntos, juntos, siempre unidos, un solo cuerpo y un único espíritu... ¿ Lo recuerdas ? Intenté olvidarte sin sufrir, ahogar mi desencanto y despertar un día y no sentirte, pero ya estabas muy adentro, Pequeña... demasiado adentro...
Ahora tu luz interior quema en mi recuerdo. Perdóname y descansa aunque no puedas dormir, aunque no puedas soñar... Descansa en mis entrañas preservada del hedor de los gusanos, del temor de la tierra y lo profundo. Apoya en mi pecho tu cascada de aguas negras y escucha los latidos que aún sustenta tu memoria. Acaricia mi sexo consumido con tus labios y procura imaginar que aún estás viva...
Yo te sigo amando.
EL LUNÁTICO
Trémulas visiones de parajes fríos, sueños de inefable languidez que oscilan simulando la danza de quimeras tristes. Y la fiebre helada de tu abrazo, que proyecta en la distancia mis sentidos hacia una cópula de cráteres profundos. Decrépitos eriales pálidos, vesánicos, decadencia nunca hollada teñida de sangre albina y pura. Silba la Némesis del frío al descender fundida en plata sobre un haz argentado. Y me posee y en su orgasmo grita: ¡ DESTRUCCIÓN !
Éxtasis, sudor y muerte cuando el Sello de la Bestia abrasa.
Y el espasmo rojo de la inmolación.
EL COPRÓFAGO
Era un viejo cansino y taciturno. Le veía casi todas las mañanas recogiendo en las esquinas y en los parques excrementos, su boca siempre llena de inmundicia y el aire de quien vive aislado entre el bullicio. Su expresión era lánguida y su aspecto desastrado, aunque no era ni harapiento ni mendigo. Todos en el barrio nos preguntábamos la razón que le llevaba a tal extremo y nos compadecíamos de su desgracia, procurando ocultar la aversión que nos inspiraban sus manías. A menudo pretendimos disuadirle para abandonar aquel hábito malsano, dándole limosna y ofreciéndole alimentos que él rechazaba mascullando una jerga hostil. Los niños se asustaban al verle masticar aquel sustento ignominioso y huían cabizbajos a sus casas.
Durante años fue asidua en el vecindario su presencia, hasta el punto de llegar a sernos en cierto modo familiar. Pero nadie, nunca, logró sonsacarle una palabra que diera luz a su secreto.
Un día le encontramos inmóvil sobre un banco del jardín. Solo y ligero de equipaje. Sus únicas pertenencias eran el bastón que usaba como apoyo al caminar y un par de excrementos cuidadosamente envueltos en papel de periódico.
Eso es cuanto de él pudimos saber.
EL REINCIDENTE
DESPERTAR: amanecer sin sueños, casi sin recuerdos. Edificios arruinados, esqueletos de ciudades jóvenes, ráfagas de fuego demediando un cielo gris. Calor y sed, ardor y hiel. Niños huérfanos buscando en los escombros, sombras de iras aún candentes, confusión, abulia, hipocondría. Obreros ciegos cubriendo las fisuras, inhumando en brea cadáveres de neuronas muertas, martirizadas por la causa. Hermafroditas exhaustos sobre un lecho de flores rancias. Paredes grises, pasillo gris, universo gris. Lluvia sorda. Esputos de nubes negras y abultadas. Pájaros sin alas intentando levantar el vuelo: REMORDIMIENTO.
VICENTE MUÑOZ ALVAREZ ( León, 1966 ). Editor del fanzine Vinalia Trippers. Ha publicado los poemarios: Canciones de la gran deriva ( Ateneo Obrero de Gijón, 1999 ), 38 Poemash ( Vinalia bolsillo, 2000 ), Privado ( Baile del sol, 2005 ), Estación del frío ( Ediciones del 4 de agosto, 2006 ) y Parnaso en llamas ( Baile del sol, 2006 ). Los libros de relatos: Monstruos y Prodigios ( Premio Letras Jóvenes Castilla- León, 1995 ), El pueblo oscuro ( Las palabras del pararrayos, 1996 ), Perro de la lluvia ( Iralka, 1997 ) y Los que vienen detrás ( DVD ediciones, 2002 ). Y el ensayo El tiempo de los asesinos ( Iralka, 1998 ). Ha editado, con Eloy Fernández Porta, la antología de relatos: Golpes, ficciones de la crueldad social ( DVD ediciones, 2004 ) , con David González, Tripulantes. Nuevas aventuras de Vinalia Trippers ( Eclipsados, 2007 ), y con Patxi Irurzun Hank Over ( Caballo de Troya, 2008 ). Ha sido incluido, entre otras, en las antologías: Poemas para cruzar el desierto ( Línea de Fuego, 2004 ), Voces del Extremo ( Fundación Juan Ramón Jiménez ) o Cuentistas ( Ateneo Obrero de Gijón, 2004 ).