Luke nº94 Marzo 2008

Amor y las mariposas de Sarduy

Veo a la tal Amor, uno de los desechos de tienta de Gran Hermano, pasearse por los platós detallando su operación, ofreciendo imágenes del molesto colgajo en bandeja, vendiendo su anatomía en retales, primero a Interviú y dentro de nada a cualquier postor, a cambio de esos quince minutos de gloria que a todos, según Warhol, nos corresponden por reencarnación. Siempre me habéis dicho que tengo unos gustos muy particulares, y, una vez más, vengo a daros la razón. Por eso escojo hoy a Severo Sarduy, un escritor todoterreno a quien me encanta leer y releer. Sarduy, en diciembre de 1983, publicó un interesante artículo en la revista Quimera, que yo tuve ocasión de leer, reeditado en la misma revista, en octubre del 2001. Como soy de las que todo lo guardan, conservo ese ejemplar como oro en paño. El artículo se tituló “Los travestís”. Os ofrezco aquí los párrafos más logrados, más vistosos, más chocantes. Allá van.

“Según se posa sobre el arbusto – cada variedad tiene el suyo-, la mariposa indonesia emprende su conversión: brotan apéndices, que un saber genético destina a este espejismo, y se inmovilizan como pecíolos; las alas superiores, ya lanceoladas, son hojas que atraviesa un nervio medio; placas oscuras o transparentes, brillantes o mates, granulosas o lisas, que se van distribuyendo a ambos lados de ese eje. Fijeza. O más bien balanceo ligero, oscilación, vaivén casi imperceptible: el del viento. El simulacro se ha realizado. Esta conversión sería suficiente: ningún pájaro descubriría la ilusión, ninguna serpiente. Sobre el tallo, simétrico de la hoja verdadera – tentación de escribir ese “verdadera” entre comillas- la mariposa travestida ha logrado su teatro: la representación de la invisibilidad. Y, sin embargo, el teatro y el insecto van más lejos. La hoja, en su estado actual, no basta. De las alas van a emanar, a brotar – imagen acelerada, irrisión de la “paciencia”, de un muro y la humedad- manchas minúsculas, grisáceas, como las que normalmente, sobre las hojas, dibuja la lepra de un liquen. Porque hay que mimetizar hasta el gasto de la muerte: hojas enfermas, anémicas, laceradas, musgosas, tachadas por esas cicatrices transparentes que dejan los insectos devoradores, que sutura un minúsculo trabajo de nácar... (-) ... Despliegue, a veces letal, de abuso en la mecánica de la simulación: ciertas larvas simulan tan bien los botones de un arbusto, que los horticultores las cortan con una tijera. El caso de las Filias es más miserable aún: se devoran entre ellas, tomándose por hojas verdaderas.

Así sucede con los travestís: sería cómodo, o cándido, reducir su performance al simple simulacro, a un fetichismo de inversión: no ser percibido como hombre, convertirse en la apariencia de mujer. Su búsqueda, su compulsión de ornamento, su exigencia de lujo, va más lejos. La mujer no es el límite donde se detiene la simulación. Son hipertélicos, van más allá de su fin, hacia el absoluto de una imagen abstracta, religiosa incluso, icónica en todo caso, mortal. Las mujeres – vengan a verlo al Carrousel de París- los imitan. La hiper-mujer, según Gallia, es un travestí. Lacan diría que se trata de una fantasía si se intenta ser toda la mujer, ya que según ella no existe, justamente, más que por el hecho de no ser ese todo. Relacionar el trabajo corporal de los travestís a la simple manía cosmética, al afeminamiento o a la homosexualidad es simplemente ingenuo: esas no son más que las fronteras aparentes de una metamorfosis sin límites, su “pantalla natural”. Detalle accesorio: la mariposa javanesa de que se trata - Inachis o Parallecta- se conoce popularmente con un nombre ideal para un travestí: Kallima”.

“Como los pintores hiperrealistas, el travestí y el autor de obras manifiesta e insolentemente narcisistas obedecen a una sola compulsión: representar la fantasía. Pero con una diferencia: para el pintor, el soporte de una representación es exterior a su cuerpo, halógeno. Para el travestí, si así puede decirse, autotópica. Pero hay otra relación, histórica: el travestismo como acto plástico es la continuación o la radicalización del happening. Se refiere a la intensidad que se ha dado, después de la action painting, al gesto y al cuerpo... (-)... El travestí, y todo el que trabaja sobre su cuerpo y lo expone, satura la realidad de su imaginario y la obliga, a fuerza de arreglo, de reorganización, de artificio y maquillaje, a entrar, aunque de un modo mimético y efímero, en su juego. En el territorio del travestí, en el campo imantado por sus metamorfosis o en la galería en que se autoexpone como un cuadro más, todo es falo. El juego consiste en denegar la castración: la erección es omnipresente, aun en la blandura de las telas, en su suavidad. O más bien, mediante ese simulacro cosmético, el falo se va a atribuir, como un regalo suntuoso y obligatorio, a todo”.

A partir de ahora, voy a mirar a Amor de otra manera. La contemplaré como a una artista, como creadora, como monstruo talentudo al final de la parábola de los sexos: Amor y el ejército de los amores, capitaneados por la camaleónica Bibiana, es la oscilación, un punto rosado y terso donde la contradicción es mantenida, acentuada, y finalmente borrada dentro y fuera de ese carnaval permanente que es la vida.

Arte

Inés Matute

Mapplethorpe

Relacionar el trabajo corporal de los travestís a la simple manía cosmética, al afeminamiento o a la homosexualidad es simplemente ingenuo: esas no son más que las fronteras aparentes de una metamorfosis sin límites (...)