Será cosa de este inusualmente agradable invierno, pero lúgubres nubarrones encapotan mis esperanzas sobre la humanidad. La noticia del último “natural” de los “diestros” Albertos en el ruedo del supremo, con cuyo estoque final han logrado salir absueltos por prescripción de sus condenas, y que ya anticipaba en mi artículo del pasado octubre con el pesimismo del optimista informado, me arrojan de nuevo a la desilusión sobre nuestra raza y sociedad, donde los poderosos no pagan por sus delitos y donde el culto al personaje escoge siempre al asesino. Pues eso eran los Felipe II, Napoleón, Jaime I, Vlad el empalador y demás ecuestres caballeros que adornan las plazas de Europa. Genocidas la mayoría de ellos, empujados por una ambición sin límite, sedientos de poder y con un desprecio infinito por el valor de la vida de los hombres de bien. ¡Con qué alegría y desenfado se celebran con bailes y otros entretenimientos las conquistas, expolios y genocidios en toda la tierra! El mundo y sus tesoros, la gloria y el recuerdo, son para los más crueles de entre nuestros congéneres. Sus vástagos heredaron la tierra y la mantuvieron bajo su puño emulando los crueles métodos de sus antepasados. Pero, ¿y los filósofos, artistas y otros grandes creadores? ¿No conservan también la gloria y el recuerdo de los hombres? Sí, entre los eruditos. Por cada persona que conoce la vida y obra de Sófocles, miles recuerdan las orgías de sangre y muerte de Hitler. Según una va recorriendo el cauce de su vida, va constatando como los más viles, los más desalmados, resultan ser los elegidos para la gloria. El que abusa de la generosidad de los demás es, paradójicamente, el que suele recolectar los frutos más suculentos. Incluso en el mundo del arte y de la creación, paradigma de la civilización, el que triunfa raramente es el artista auténtico, sino el que se prostituye y vende su alma al mejor marchante. Constatado el hecho, no queda otro remedio que reconocer que seguimos siendo bestias que se rigen por los mismos instintos que cualquier depredador. El que prospera es el que domina a los demás; el que mata más y antes; el que cuando vence al oponente, no sólo extermina a éste, sino a toda su progenie, como hace el león evitando el ataque de futuros enemigos. Las mutaciones que hacen evolucionar las razas, no son las que mejor asimilan los alimentos o evitan los peligros, sino todo lo contrario: los que apiolan en mayor número y más rápido a todos los niveles. No nos dejemos engañar por la aparente “civilización de la paz” en que vive Europa, y España en concreto. Hace sesenta y ocho años que la barbarie no anida en nuestros corazones, salvo en bandas marginales… en apariencia. Lo mismo pensaban en Yugoslavia, donde las tensiones étnicas y religiosas parecían discurrir por un cauce de esforzada tolerancia. Y en su momento comprobamos como en cuanto se abre la jaula de las fieras que parecían domesticadas y se les da un arma y un rango, las vejaciones, violaciones y asesinatos que se comenten sobre los más débiles se convierten en algo espeluznantemente rutinario. Me recuerda a un conocido que ha criado un cerdo, uno de cuyos abuelos era jabalí, desde que era un gorrinillo. La pobre bestia no puede evitar dar dentelladas a cualquiera que se le acerque a pesar de que no conoce sino la cautividad desde que nació, y sus genes salvajes son sólo la cuarta parte de toda su dotación genética. Está en nuestro ADN. ¡Pobres de nosotros que en una sola generación sin guerras creemos haber domeñado al asesino que llevamos dentro! Nuestra supervivencia y evolución ha dependido durante milenios de sojuzgar a los demás animales y personas, y una generación no es nada. Sólo espero que en esta España que algunos gustan de comparar con Kosovo y alrededores, no tenga la imprudencia de dar vía a los miles de fieras que quieren revancha y a los otros que quieren venganza. Y si ocurre, y tú, apreciado lector, lamentablemente eres de los que dejas salir a ese animal que llevas dentro, aprende del pasado y no dejes jamás el poder. Ya has visto qué bien les fue a Franco, Gadafi y a Castro, y lo mal que les ha ido a Milosevic y Pinochet por ceder el poder a otro mientras aún estaban vivos.
Las mutaciones que hacen evolucionar las razas, no son las que mejor asimilan los alimentos o evitan los peligros, sino todo lo contrario: los que apiolan en mayor número y más rápido a todos los niveles (...)